(Perdónalos. No saben lo que hacen)
La cruz tiene dos leños ensamblados: el leño vertical, y el de forma horizontal, el travesaño. Uno que mira al cielo (el vertical), y otro, el horizontal, que abarca el universo.
Y entre los dos, se encuentra el Cristo, desnudo de sus ropas, de su dignidad humana y su poder divino. Es la misericordia clavada en dos maderos, que abre sus brazos para pedir el perdón de los esbirros que atan a la cruz, con clavos gruesos, la carne inmaculada de su cuerpo.
Y entre los duros golpes del martillo, y los gritos de la chusma, que aplaude el sacrificio, se oye la voz quebrada del que sufre el martirio, que, mirando hacia el cielo, balbucea: ¡Perdona, Padre; no saben o que hacen!
¿Lo saben o no saben? Es la “Misericordia” quien perdona, entre golpes de martillo, y voz blasfema.
Sólo un Dios, que es también hombre, podría perdonar tal osadía, excusando al verdugo, que ejecuta tal acción, obedeciendo el mandato, que naciera del odio del que manda, y no quiere contaminarse con la sangre, aunque es sangre inocente la que vierten.
Al fin, la muerte puede con el reo. ¿Cómo puede morirse Dios, si Dios no muere? Muere un Dios-hombre, porque él sí puede. Y volverá la vida que le robaron, para no morir más. ¡Misterio de resurrección, de Él y nosotros!
También nosotros saldremos el sepulcro, y resucitaremos. Porque un sepulcro sólo es para los muertos; y nosotros seguiremos caminando hasta los cielos. Que allí estará el Señor para acogernos, después de haber portado nuestras cruces, en el Calvario de este mundo, tan injusto.
Se oyó una voz quebrada, entre el bullicio: “Hoy estarás conmigo, junto al Padre; allá en el paraíso”.
Y es que en la cruz del Viernes Santo, llegó la Salvación de los pecados.
“Victoria, tú reinarás. Oh, cruz, tú nos salvarás”