Nuevos Simpsons

 Después del palo del Balón de oro, Matt Groening (si no ha sido él, como si lo fuera, oiga, porque parece de algún discípulo aventajado) ha devuelto al fútbol español al lugar de privilegio del que nunca debió de salir después del Mundial de 2010. Los cinemaniacos y serieadictos no reconocemos mayor premio que éste. Sí, vale que la alineación le ha salido descompensada, un 3-5-2 más propio de la WM húngara que del fútbol del siglo XXI, pero mola. Podríamos discutirle que a Casillas sin la camiseta de portero no le reconocería ni Sara Carbonero. Que un Fernando Torres tan infantil nunca fichará por el Chelsea. Que estuvo vaguete con el rostro de Puyol. Que Villa... ¿es ese Villa? Que Sergio Ramos se parece más a su parodia del Crackòvia que al tipo que le roba penaltis a CR7. Que Piqué así jamás enamoraría a Shakira. Que Xavi parece hasta los huevos de salir siempre al lado de Iniesta (el mejor retratado) en todas partes. Que Silva, sí, el 21, yo también tuve que buscar el dorsal en la web de la FIFA, además de estar también en la caricatura de Villa, jamás ha sonreido tanto en su vida. Que a Xabi Alonso le dibujaron antes de que le patearan el pecho. Hasta podríamos protestarle a Groening que Cesc sea, por fin, titular. Pero, quitando que los otros 11, y el míster Del Bosque, se merecían también su candidatura, este es otro de los premios grandes que hacen eterna a nuestra selección.