La ilusión y el pescador un bonito cuento

Hubo una vez un pescador de ilusiones que fue con su barca al medio del mar. Allí esperó muchas horas en silencio a que apareciera algún pez que satisficiera su ego de pescador experto y le permitiera sentirse bien, acompañado, ya que la pesca era su gran amor.

Muchos peces se juntaron a su alrededor y fueron subidos a la barca, pero no fue sino hasta el anochecer que el pescador avistó un pez que  no era grande pero le atrajo la pintoresca danza que ejercía en torno de otros, lo sedujo sus movimientos de aletas  y may aun, creyó que era el más importante que podía darle el mar.

El pez, solo, cayó en la red, lo tomo en sus manos y lo colocó en una gran pecera a la que llamó “Elusión”. Lo veía moverse, danzar y era feliz.

-¡Estás en mi ilusión!¡Estoy feliz!- se dijo por unos meses el pescador.

Hubo una relación divina, fantástica, el pescador hablaba con su pez y escuchaba las respuestas de este que lo llenaban enteramente. ¡El amaba la pesca! Y haber conseguido tantos peces y este en especial para que llenaran su “Ilusión” era más que mágico, era su plenitud.

Y así sucedieron días y noches, el pescador seguía con su barca yendo al medio del mar, no sabía bien qué buscaba pero...en su interior empezaba a sentirse vacío.

Una noche...cuando en la barca se vivía una aparente armonía, el pescador observó a ese pez que tanto amaba y disfrutaba; sintió que ese amor a el lo hacía sufrir, que él necesitaba que ese pez se transformara, por gracia de la magia, en una mujer que compartiera la pesca y su barca o que él se transformara en un pez para vivir dentro de la “Ilusión”.

Aturdido por su pensamiento con más sentimiento que razonamiento y a pesar de la felicidad que podría tener decidió internarse en la mar con su pecera mágica. Allí estuvo triste un largo rato hasta que tomo fuerzas y dejó la “Ilusión” con su pez adentro, en la superficie marina. Miró fijamente cómo se hundía y cómo el pez se le escapaba con lentitud.

No quiso seguir mirando porque sintió que el corazón se le partía; el amaba el mar, la pesca...y a ese pez que dejó en libertad.

Al cabo de unas horas, ya había aclarado, las nubes parecían copitos de azúcar en el cielo, el sol se estrellaba sobre la faz del mar y el pescador con sus ojos fijos en un punto decidió volver a la costa y pensó que tal vez encontraría la “Ilusión” que había dejado en el mar porque él conocía cada espacio, cada burbuja que lo formaban, ese mar que amaba tanto.

De pronto su cara se iluminó, la “Ilusión” había emergido y lo esperaba, era parte de la barca; pero cuando divisó la blanca arena de la playa, se llevó la sorpresa más grande que pudo haber pensado: ¡Vio a su pez, era  su pez  y no vivía. Era su pez que buscó morir porque no resistió vivir fuera de la “Ilusión” y lejos del pescador que lo había cautivado.

Nada pudo hacer, recogió la “Ilusión”, la limpió con sus manos, la subió a la barca y enterró para siempre a su pez en la caliente arena de la playa.

Con pesadumbre se lo vio alejarse rumbo al medio del mar para regresar, tal vez, cuando encuentre al pez que se pueda transformar en mujer.