Un español, Juan José Cobo, fue segundo en la etapa reina de los Pirineos y otro, Carlos Sastre, alcanzó el sexto puesto de la general. Y sin embargo, felicitándonos por esos resultados, nos queda una sensación extraña, como de pérdida. Será porque Valverde entregó 5:50 y Pereiro 7:02. Y será porque en ambos casos albergábamos la esperanza de un movimiento inesperado y genial. Lo que nos gusta, en el fondo.
Así somos. Y lo sufre, especialmente, Carlos Sastre. Salvo sesudas excepciones, la mayoría valoramos más la inspiración que la constancia y sólo nos rendimos a la regularidad si es absolutamente triunfante, como la de Indurain. Tal vez sea porque hemos heredado el gusto por los ciclistas arrebatados, tan sensibles a las musas como a las pájaras, o quizá ocurra que el carácter español, si tal cosa existe, se define por lo variable, lo desigual y lo discontinuo.
El caso es que mientras lamentábamos el desplome de Valverde y Pereiro, aceptábamos con normalidad la presencia de Sastre en el grupo de favoritos e incluso le reprochábamos que no lanzara un ataque brutal y definitivo. Tan osados somos. Y tan injustos. Sastre lo intentó en Hautacam, pero fue atrapado por el resto de favoritos, igual que Riccó o Evans. Luego, la ventaja de su compañero Schleck y su liderato virtual desaconsejaban cualquier escaramuza. De modo que igual que se ejercitan los músculos deberíamos ejercitar nuestra admiración por Sastre, el más fiel de nuestros ciclistas, el más perseverante y, muy probablemente, el más inteligente.
Por lo demás, la estrategia del CSC fue impecable. El equipo danés impuso una marcha sostenida durante la ascensión al Tourmalet y sólo eso bastó para descolgar a Valverde y Pereiro. Prueba de que el ritmo no era muy exigente es que 18 ciclistas coronaron en el grupo principal. Valverde y Pereiro pasaron a 50 segundos.
Táctica.Otra carrera se disputaba por delante. Desde los primeros kilómetros varios valientes se habían desplegado con objetivos diversos. Freire, por ejemplo, buscaba puntos para su maillot verde. Cancellara culminaba el plan de ataque del CSC. Di Gregorio, pobre infeliz, soñaba con la etapa, jaleado por sus seis minutos de ventaja.
En el descenso del Tourmalet, Valverde recortó hasta los 15 segundos. No volvió a estar tan cerca. En cuanto se juntaron Cancellara, Voigt y los Schleck, la diferencia de los favoritos se fue estirando hasta el minuto, hasta los dos, hasta los 2:45. El Caisse d'Epargne, tan protagonista en las primeras etapas, desaparecía en la hora de la verdad.
El CSC lanzó la subida a Hautacam y Frank Schleck convirtió en ataque el último relevo. Le siguieron Piepoli y Cobo. A su espalda, Normandía, playa de Omaha. El líder había reventado y había decenas de heridos. Se sucedieron convulsiones y hasta Riccó perdió algunos metros. Sufrió Evans, pero encontró la ayuda de Menchov y logró el liderato por un solo segundo. Lloró en el podio. Por lo que le espera.