De la huerta al plato... y del plato a la huerta
Los vertederos, aquellos lugares a donde van a parar los desperdicios de toda la ciudad, se han convertido en uno de los principales quebraderos de cabeza para las autoridades municipales. El incremento de la población ha traído consigo un lógico repunte en la producción de residuos y los grandes basureros empiezan a mostrar síntomas de saturación.
El problema se agrava en las provincias más pequeñas, donde la falta de espacio obliga al ciudadano a cohabitar con escenas y olores indeseados. Este es el caso de Gran Canaria, una isla con una elevada densidad de población (256 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que la media española es de 91) que ve cómo la basura se agolpa en las inmediaciones de vertederos como La Ballena por falta de espacio.
Cajas de cartón, pañales, vidrio y plásticos conforman la triste estampa de estos espacios. Pero, por encima de todo, el ingrediente primordial de los vertederos municipales son los residuos orgánicos. Restos de comida, procedentes en su mayoría de la prolija industria hostelera insular, que liberan en su descomposición gases peligrosos para el ser humano como metano y benceno. Además, estas instalaciones suelen sellarse con agua, lo que evita el paso del oxígeno y la adecuada degradación de los elementos orgánicos. Mientras, historias sobre barcos cargados de basura que no encuentran dónde atracar o exportación de residuos a países en vías de desarrollo van ganando espacio entre la rumorología popular.
A la vista de los datos, dos jóvenes emprendedoras canarias decidieron tomar cartas en el asunto asumiendo un objetivo más que ambicioso: llevar el reciclaje orgánico al domicilio de los consumidores. Para ello fundaron CompostCanarias, la primera empresa en comercializar compostadores domésticos en el panorama europeo. Con apenas unos meses de andadura, Aida Denis y Lidia González, responsables de la compañía, aspiran a «equipar cada cocina con un compostador», a la vez que echan una mano a la salud medioambiental de Las Palmas de Gran Canaria.
«Queremos que se entienda que un compostador puede ser lo mismo que una lavadora, como un electrodoméstico más», explica Denis, directora de logística y márketing del proyecto. No es una idea descabellada. La nueva generación de compostadores no es ruidosa, no produce olores ni precisa de organismos biológicos para su funcionamiento. Atrás quedaron modelos como el del «vermi-compostaje», un sistema que se valía de la acción de ciertos anélidos -gusanos anillados- para la trasformación de los residuos. «Tuvimos que descartar la idea, porque a las amas de casa no les gusta tener que comprar lombrices, ni mucho menos tenerlas en su cocina», señala Denis, que estos días trata de convencer a las autoridades municipales de las ventajas de su producto.
Un sistema sencillo
El sistema es relativamente sencillo. Un contenedor, de semejantes proporciones a la caja de un ordenador, almacena los restos de comida. Una vez está lleno (tiene 55 kg. de capacidad) el compostador calienta y remueve con biocarbonatos la basura hasta convertirla en abono orgánico. El proceso dura tres días, aunque se recomienda esperar dos semanas para obtener el primer cargamento de compost. Lo que se obtiene es un material de aspecto terroso y olor húmedo especialmente apropiado para el abono de superficies de cultivo por su alto contenido en nitrógeno. Así, el aforismo «de la huerta al plato» se torna en capicúa, ya que vuelve «del plato a la huerta», y así se libera a los vertederos de una gran carga.
El siguiente paso de CompostCanarias es integrar el aparato en un hipotético circuito de cocina ecológica. De este modo, los restaurantes que reciclen sus desechos orgánicos podrán contar con un distintivo ecológico y determinadas ventajas fiscales. Naturalmente, para alcanzar esta meta es necesario un apoyo decidido de las instituciones. Al respecto, Denis apunta que están obteniendo «gran respaldo» por parte de los ayuntamientos, si bien lamenta que «en España sigue sin existir ningún tipo de subvención para las empresas que contribuyen con el desarrollo sostenible». Por el momento, los dirigentes políticos ven con buenos ojos la iniciativa, instando a las promotoras a «explicar la idea en colegios y hoteles», pero sin posibilidades de encontrar un hueco en las partidas presupuestarias. «Nos conformaríamos con un contenedor marrón, como el del vidrio, para recoger restos orgánicos», señala Denis.
Aquí entra en juego la segunda línea de negocio de CompostCanarias. Ya han encargado a Naturemill, la empresa norteamericana que fabrica los dispositivos, un cargamento de compostadores industriales. De proliferar la separación de restos orgánicos, la compañía insular sería la encargada de recogerlos y procesarlos en estos grandes recipientes. «Obtendríamos un fertilizante de gran calidad, totalmente natural -subraya Denis-, que distribuiríamos en los huertos de tomates de la zona».
Ya han conseguido un acuerdo verbal con los ayuntamientos para la cesión de un gran camión contenedor en caso de hacerse realidad el proyecto. Este paso supondría la industrialización del negocio, dejando la venta a particulares como una parte menor en la actividad empresarial. Sin embargo, tanto Denis como González tienen los pies en el suelo: «Primero vamos a concienciar a la gente de la necesidad de reciclar su comida, luego vendrá lo demás».
Fuente: ABC
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