Antes de resolver el problema del agua, se requiere establecer una nueva cultura del agua, cultura que tiene que ver con la creación de unos nuevos hábitos de vida, de unos modelos de gestión y del control social del crecimiento para que sea sustentable a largo plazo.
Un primer ámbito tiene de esta cultura tiene que ver con la insistencia en la educación de todos los ciudadanos, jóvenes y adultos, en determinados aspectos que hasta ahora se han descuidado en nuestra sociedad. No contaminar, depurar, utilizar lo imprescindible o reutilizar el mismo agua que ya hemos usado, son hábitos que pueden incorporar los ciudadanos en el ámbito familiar sin grandes esfuerzos. Mucho es lo que se está haciendo en este aspecto con los más jóvenes en su educación ambiental.
Un segundo ámbito de esta cultura es el de la vida económica, especialmente el de la industria. Si en esta actividad el recurso del agua se ha usado como una externalidad económica, algo que por no ser un componente del gasto no se ha incorporado al precio, hora es ya que se incorpore al precio de un producto, este gasto que pagamos todos más adelante cuando tenemos que depurar el agua tras pasar por una industria que lo ha contaminado. El principio de que quien contamina paga, si bien se va incorporando poco a poco a nuestra cultura, no lo hace ni a la velocidad debida, ni con la extensión suficiente.
Un tercer ámbito de esta cultura es el nacional y global. Al ser un recurso natural que no conoce fronteras, aunque las comunidades políticas que se han asentado sobre las cuencas preexistentes usen los ríos para establecer fronteras, la gestión de un río o de una cuenca está siempre mucho más allá de los intereses concretos y particulares de la comunidad territorial que se ha asentado sobre este río o esta cuenca. Más aún cuando un mismo río o una misma cuenca discurre por comunidades políticas diferentes… A este respecto cuanto más amplia sea la entidad que gestione este recurso natural, más garantías tendremos todos de que la gestión realizada es más integral, está más al servicio de todos los ciudadanos, está más exenta de intereses particulares.
El agua pertenece a la naturaleza, está más allá de las fronteras que establecemos los hombres, por ello se impone un pacto para que su uso particular tenga en cuenta los intereses tanto de los hombres como de los demás seres vivos, de hoy y de mañana.
Este artículo corresponde al Editorial de la revista Razón y Fe de España, marzo de 2008.