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Chincheta Autor Tema: "Conspiracion en la Luna"  (Leído 3137 veces)

25/07/2008, 19:38 -

"Conspiracion en la Luna"

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«Conspiración en la Luna»
por José Lesta

“Michel Ardan creyó reconocer una aglomeración de ruinas que señaló. Era aproximadamente en el paralelo ochenta a los treinta grados de longitud. Aquel amontonamiento de piedras, bastante regularmente dispuestas, representaba una vasta fortaleza que dominaba una de aquellas anchas ranuras que antaño servían de cauce a los ríos de los tiempos antehistóricos.

No lejos, a una altura de cinco mil seiscientos cuarenta y seis metros se elevaba la montaña anula de Short… por debajo divisaba las murallas desmanteladas de una ciudad; aquí el dovelaje aún intacto de un pórtico; allí, dos o tres columnas acostadas sobre su basamento; más lejos, una sucesión de cintras que habían debido soportar los conductos de un acueducto; además, los pilares derruidos de un gigantesco puente, metido en el espesor de la ranura”. (Julio Verne, Alrededor de la Luna, 1870)

¿RUINAS EN LA LUNA?
Este pasaje de la novela de Verne, “Alrededor de la Luna”, es quizá uno de los más arriesgados. En él, su valeroso protagonista cree observar lo imposible… una ciudad selenita en una zona concreta de nuestro satélite.

Una aventurada propuesta para un escritor visionario que adivinó cual sería el país que cien años después intentaría la proeza de caminar sobre nuestro satélite así como detalles tan nimios como la zona de lanzamiento, el lugar de caída de las naves Apollo en el océano Pacífico, o las medidas, pesos y materiales de las cápsulas lunares, entre otros cientos de datos absolutamente increíbles como la propulsión por cohetes en el vacio. Todo ello en una época (1864) en que la electricidad era tomada por un divertimento de feria y no existía el coche o la radio.

Lo cierto es que, novelas aparte, muchos investigadores sostienen la fantástica teoría de que lo que en realidad se toparon los astronautas en la Luna fueron ruinas. Extrañas formaciones cercanas al lugar de aterrizaje, y no sólo en la primera misión lunar sino también en algunas de las siguientes. Se basan para ello en conversaciones entre los astronautas de dudoso origen, donde supuestamente Neil Armstrong parece estar viendo algo maravilloso; algo de lo que sin embargo parecen tener constancia en el centro de control de Houston. Estos investigadores también suelen apoyarse en el hecho de que la frecuencia cardiaca de Neil Armstrong, considerado uno de los pilotos más fríos del mundo, ascendió hasta las 178 pulsaciones por minuto durante su tranquilo paseo lunar.

Sabemos que Edwin Aldrin, su compañero de aventuras espaciales desconectó la telemetría de los biosensores que debían emitir sus constantes vitales a la Tierra nada más alunizar en el Mar de la Tranquilidad. Por cierto, esa información médica estaba contenida en las famosas cintas que aportan las filmaciones originales del histórico paseo lunar pero, como muchos lectores sabrán, en el verano del 2006 se certificó la desaparición de la mayor parte de las mismas. Es más, los únicos aparatos en el mundo que pueden decodificar de nuevo esa valiosísima información se encuentran en el Data Evaluation Lab (DEL), que fue clausurado en octubre del 2006. Desde luego, una curiosa casualidad.

En cuanto a las controvertidas y supuestas “ruinas”, las más famosas “estructuras” lunares son las llamadas agujas de Blair - ver fotografía nº2- u obeliscos de la Luna. Fotografiadas el 20 de noviembre de 1966 por la sonda estadounidense Lunar Orbiter 2 a 35 kilómetros de altura del satélite, muestran lo que aparentan ser unas hileras de obeliscos o monolitos que ofrecen sombras muy picudas.

Se encuentran en el extremo oeste del Mar de la Tranquilidad, la amplia zona donde alunizó tres años después la nave Apollo 11. Las fotos se mantuvieron convenientemente olvidadas hasta que, en julio de 1970, el analista fotográfico William Blair, del Boeing Institute of Biotechnology, las descubrió y se las mostró a la prensa mundial. Muchos estudiosos creen que los ocho monolitos están ordenados según un patrón geométrico.

Uno de los testimonios más interesantes sobre este espinoso asunto, aunque también bastante difícil de admitir, es el de Alan Davis. Este ingeniero electrónico por la Universidad de Hawai comenzó a trabajar en la NASA en 1959, un año después de su creación, manteniéndose en ella hasta 1973, coincidiendo con la finalización del programa lunar. Después pasó a desempeñar el cargo de director en varias estaciones de radar. A principios de la década de 1990 fue nombrado director de la multinacional americana ITT en España.

Pero lo que realmente da valor a sus opiniones es el hecho de que durante las misiones lunares estaba situado en un lugar estratégico como testigo de excepción. Desde su puesto en la isla caribeña de Antigua, Davis se encargaba de hacer rebotar las señales que llegaban directamente desde la Luna a Houston. Hace pocos años, el investigador José Luis Hermida y el periodista José Ortiz, tuvieron la oportunidad de hacerle unas preguntas en una televisión local de Sevilla. Sus respuestas son más que desestabilizadoras. Pero, prefiero que sea el lector el que juzgue.

Según Davis, «Armstrong sentía cómo alguien se estaba fijando en él y en su compañero; no veía a nadie, pero estaba convencido de que no estaban solos», cosa que avisó por el circuito de comunicación interno. En Houston restaron importancia al suceso; era natural, teniendo en cuenta el lugar en el que se hallaban los astronautas. Después sucedió lo imposible: «Los astronautas relataron que ante sus ojos habían aparecido ruinas de una construcción hecha por seres inteligentes».

Davis aseguró que pudo contemplar las ruinas por las imágenes que emitieron los astronautas: «Allí no había un sólo muro, sino varios, y por su morfología era completamente imposible que se tratara de un capricho de la geología. Los bloques de piedras estaban muy erosionados, pero estaba claro que aquello era artificial. En alguna de las paredes, a algo más de un metro de altura, había agujeros que recordaban a lo que hoy son nuestras modernas ventanas; también había otro tipo de huecos que estaban cerca del suelo, como si fueran puertas.

La NASA investigó a fondo aquellas ruinas pero no fueron capaces de precisar su antigüedad. Sin embargo, la conclusión a la que llegaron fue clara: una civilización desconocida tuvo hace miles de años una base sobre la Luna, incluso es posible que estuvieran allí antes del nacimiento de la raza humana».

LA LUNA NO DEBERÍA ESTAR AHÍ


Quizás lo más inexplicable de nuestra querida y vieja Luna sea que, sencillamente, no debería estar ahí. Aunque parezca increíble, esto es exactamente lo que piensa la mayoría de los científicos hoy en día. Pero dejemos que sea el prestigioso escritor de ciencia-ficción y divulgador ruso Isaac Asimov el que nos lo explique:

«Después de todo, la Luna existe y está ahí. ¿Por qué no aceptarlo? La respuesta es que estudiando el resto del sistema solar llegamos a la conclusión de que la Luna no debería estar ahí. El hecho de que lo esté es una de esas casualidades demasiado buenas para poder ser aceptadas. Los planetas pequeños, tales como la Tierra, con débiles campos de gravedad, normalmente carecen de satélites. Plutón no tiene ningún satélite conocido, ni tampoco Mercurio o Venus… Pero la Tierra, de manera sorprendente, sí tiene uno: la Luna.
Pero esperen un momento. No he mencionado a Marte. Marte, aunque es solamente un décimo de la Tierra, tiene dos satélites. ¿Qué les parece?

Bueno, no todo consiste en tener satélites. Lo más importante es el tamaño de esos satélites. Digamos, pues, que en general, cuando un planeta tiene satélites, éstos son mucho menores que él. Así pues, si la Tierra tuviera un satélite todo nos haría sospechar que, como mucho, sería un pequeño mundo, quizás de unos 45 kilómetros de diámetro.
Pero no es así. La Tierra no sólo tiene un satélite, sino que tiene un satélite gigantesco, de más de 3.200 kilómetros de diámetro. ¿Cómo es posible? Sorprendente».

No es de extrañar que Asimov se sorprenda. El satélite más grande que gira alrededor de Júpiter es 18 veces más pequeño que el planeta, mientras que la Luna, es tan sólo 4 veces más pequeña que la Tierra. Además, se da la “buena casualidad”, como diría Asimov, de que gira a la misma velocidad que la Tierra, es decir, siempre nos muestra la misma cara. Algo estrechamente relacionado con la evolución de la vida en la Tierra.

Sin embargo las sorpresas que deparó la Luna fueron aún mayores. En el viaje de regreso de la nave Apollo 12, la NASA estrelló el módulo lunar, que era inservible, contra la superficie de la Luna. De esa manera podían observar que ocurría si un objeto con la fuerza de choque de una tonelada provocaba una pequeña sacudida en nuestro satélite. Los resultados –publicados en la revista Science el 12 de noviembre de 1971- que detectaron los sensores sísmicos dejados en la Luna fueron desestabilizadores. Las ondas de choque, en vez de atenuarse, aumentaron con el paso de los minutos. Duraron casi una hora. ¿Cómo era posible?

LOS TERREMOTOS ETERNOS


Al parecer, y por alguna razón que aún se desconoce, las ondas sísmicas en la Luna aumentan paulatinamente y se mantienen por largo tiempo hasta que comienzan a desaparecer. Pero había que hacer más experimentos para averiguar qué era lo que ocurría realmente. Éste era uno de los cometidos de la fallida misión Apollo 13, cuyos tripulantes estuvieron a punto de perder la vida.

En el viaje de ida se hizo chocar contra la Luna la última fase del cohete Saturno que los había llevado hasta el espacio. El impacto se produjo a tan sólo 135 kilómetros del lugar donde la anterior misión, Apollo 12, había colocado un segundo sismómetro de precisión. De nuevo sorpresas. Esta vez las ondas de choque se multiplicaron frenéticamente —casi 30 veces— y el terremoto duró 3 horas y 20 minutos. Los siempre comedidos científicos de Houston estaban impresionados.

El experimento sísmico más interesante se realizó en la misión Apollo 14 tras dejar colocado un nuevo aparato para mediciones sísmicas. Era la primera vez que estaban asentados en la superficie lunar tres sismógrafos. Con ellos era posible triangular las señales y tener una idea más detallada de lo que estaba ocurriendo en el enigmático interior de nuestro satélite. Tras efectuar su regreso a Tierra, la Apollo 14 también estrelló los restos inservibles de su nave.

A los pocos días, el boletín oficial de la NASA –en su artículo Apollo 14: Science at Fra Mauro, página 17- describió así lo ocurrido: «La Luna reaccionó como un gong. Vibró durante 3 horas y las vibraciones llegaron hasta una profundidad de unos 30 a 35 kilómetros». La Luna sonaba como una campana. Pero hubo algo más que los científicos comentaron entre sí pero no publicaron: las ondas sísmicas hicieron temblar a la Luna de un modo tan preciso que la vibración se propagó por toda su superficie «como si en su interior hubiese un gigantesco amortiguador hidráulico». ¿De qué está hecho el interior de la Luna?

GAGARIN NO FUE EL PRIMERO


Si la vieja Selene nos sorprende con sus poco convencionales datos, los secretos de la carrera espacial son, si cabe, más inquietantes.
Veinte días antes del vuelo de Gagarin, un hombre con el cuerpo semicalcinado y abrasado por las llamas llegó al prestigioso hospital Botkin de Moscú. El médico que lo trató, el doctor Goliakovski, jamás había visto quemaduras de ese tipo: «Carecía por completo de piel, no tenía pelo en la cabeza y sus ojos habían desaparecido de su rostro, pero el paciente estaba vivo».

El estado de aquel hombre era tal que sólo pudieron inyectarle analgésicos a través de las plantas de los pies. Aún así, su cuerpo resistió 16 horas más hasta que su corazón dejó de latir. Se trataba de un hombre joven, concretamente del teniente Sergeiev, de la Fuerza Aérea soviética. Tenía tan sólo 24 años.

Pero hubo algo que llamó poderosamente la atención del doctor Goliakovski. Cuando el paciente estaba agonizando, se presentó un anónimo oficial de la Armada que le facilitó todos los datos personales del piloto y detalles parcos del accidente que había sufrido su camarada. Acto seguido, el oficial descolgó el teléfono del pasillo para informar a sus superiores. Cuál no sería la sorpresa del doctor Golyakovsky cuando, un par de semanas más tarde vio la foto del desconocido oficial publicada en toda la prensa soviética: ¡se trataba de Yuri Gagarin! Ahora bien, ¿Qué hacía el cosmonauta más famoso del mundo dos semanas antes en un hospital civil atendiendo a un militar quemado?

Dos décadas después, cuando la guerra fría ya casi estaba perdida, el periodista Yaroslav Golovanov recordaba la muerte de aquel anónimo piloto en el diario Izvestia y revelaba algo sorprendente: el piloto era en realidad un cosmonauta llamado Valentín Bondarenko.

Es más, no era un cosmonauta cualquiera sino que había sido elegido entre los seis mejores de la Unión Soviética. Formaba parte de la elite del programa espacial. Según las informaciones del periódico soviético, Bondarenko sufrió un grave accidente cuando se incendió la cabina de presión en la que llevaba aislado 10 días, durante el transcurso de un ejercicio rutinario de entrenamiento.

MUERTOS EN EL ESPACIO


En los últimos años se han publicado más datos y rumores que vienen a complicar aún más este asunto. Según esas nuevas informaciones, los soviéticos mintieron en el artículo de Izvestia para tapar algo aún más grave: la autentica identidad del primer hombre que llegó al espacio.

Esto abre la puerta al espinoso y casi legendario asunto de los muertos no reconocidos de la carrera espacial. ¿Hubo más? El citado Oberg ha elaborado una lista que ha ido aumentando con el tiempo gracias a la desclasificación de los informes soviéticos y la filtración cada vez mayor de información. La verdad es que no tiene desperdicio.

La lista comienza en los albores de la carrera espacial. A los pocos días del lanzamiento del primer satélite de la historia, en 1957 -el Sputnik-, el cosmonauta Ledovsky murió durante un lanzamiento suborbital desde la base secreta de cohetes de Kasputin Yar. Un cosmonauta cuyo nombre se desconoce quedó atrapado en el espacio en mayo de 1960 cuando su cápsula espacial, en órbita terrestre, tomó una dirección incorrecta. Sin embargo, hay informaciones sobre casos mucho más dramáticos.

El 4 de febrero de 1961 varias estaciones radioastronómicas recogieron las señales típicas de un satélite soviético. Al poco tiempo empezaron a transmitir lo que parecían latidos de un corazón. Súbitamente esas pulsaciones se detuvieron. Algunos informes hablaron de una cápsula con dos cosmonautas perdidos y a la deriva (Kachur y Grachev). No fue el único acontecimiento de esas características. Tres meses más tarde, varias estaciones de seguimiento europeas recibieron débiles llamadas de socorro. Tras rastrear el origen de las mismas descubrieron que provenían de una nave en órbita con dos cosmonautas a bordo.
No fueron los únicos, pero la carrera espacial deparó multitud de increíbles secretos aún por desvelarse.

BOMBAS ATÓMICAS EN LA LUNA


Hace ya medio siglo, concretamente el 28 de enero de 1958, en un discurso pronunciado por el general Homer A. Boushey en el Aero Club de Washington se barajaba la idea de usar armas atómicas en la Luna:
«La Luna puede proporcionar una base de represalias de ventajas inigualables. Si dispusiéramos de una base en la Luna, o bien los soviéticos habrían de lanzar un abrumador ataque nuclear hacia ella desde Rusia, dos días o dos días y medio antes de atacar Estados Unidos [y el lanzamiento no podría escapar a la detección], o Rusia podría atacar primero a Estados Unidos, única e inevitablemente para ser un objetivo desde la Luna, unas 48 horas después, de una segura y masiva destrucción».

Eran los tiempos de la guerra fría con los soviéticos y cualquier idea militar era acogida con satisfacción. Además, por lo que se sabe, ese tipo de propuestas jamás germinó ¿O quizás sí?
En mayo de 2000 el doctor Leonard Reiffel, un físico de 73 años de edad que trabajó en la década de 1950 en la Fundación para la Investigación de Armamento, reveló un extraordinario proyecto que habían elaborado los militares estadounidenses medio siglo antes. Al parecer, la Fuerza Aérea desarrolló un plan de alto secreto para detonar una bomba nuclear en la Luna. Tal y como suena.

La Fuerza Aérea quería saber, entre otras cosas, si el tamaño de la nube atómica generada por la detonación sería lo suficientemente grande como para ser visible desde la Tierra a simple vista. Los militares pretendían realizar la explosión nuclear en la cara oculta de la Luna, muy cerca del límite visible. Así lograrían que los rayos del Sol iluminaran la nube radiactiva para hacerla visible. Las pretensiones iniciales eran usar un artefacto dos o tres veces mayor que el de la bomba atómica de Hiroshima.

Para poner en marcha el proyecto, el Pentágono se puso en contacto a finales de 1958 con muy pocos científicos, entre ellos se encontraba un jovencísimo Carl Sagan. En efecto, el famoso y pacífico divulgador científico tuvo su misión en el proyecto, denominado “A119-B”. Concretamente Sagan se encargó de calcular cómo afectaría la débil gravedad lunar a la nube radiactiva y hasta qué punto se expandiría en el espacio exterior. El joven científico fue más allá, sugiriendo que se podría usar la explosión para examinar si la nube contenía algún tipo de material orgánico.

El pentágono nunca ha desmentido la información filtrada recientemente por varios científicos acerca del diabólico plan, pero ¿podemos estar seguros de que en los últimos 50 años jamás se utilizaron armas nucleares en el espacio?


fuente:ikerjimenez.com

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