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Chincheta Autor Tema: Las brujas del Turbón  (Leído 1982 veces)

24/01/2012, 20:52 -

Las brujas del Turbón

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Las brujas del Turbón



El periodo jurásico había terminado, y el cretácico superior llegaba a su fin. De esto hace 70 millones de años. Solo quedaban cinco para la llegada de aquel gran meteorito que llevaría a la extinción de los grandes saurios, pero otro animal estaba a punto de evolucionar y se adaptaría mucho mejor a los cambios climáticos: el hombre.
El Turbón, la mole más sagrada y legendaria de la geografía aragonesa, que domina los cielos de la comarca de la Ribagorza, en la provincia de Huesca, ha sido siempre una montaña maldita para la Iglesia católica, por su vinculación con las fuerzas del mal y su estrecha relación con las servidoras de Satán. Este macizo, de compleja orografía, de escarpados farellones de roca grisácea y negra, desde la lejanía se muestra imponente por su forma de ara. En sus laderas hay numerosas grutas, bosques sagrados, construcciones megalíticas, ermitas rupestres, manantiales de aguas medicinales, iglesias templarias y la tenebrosa sombra de la Inquisición, que llevó al cadalso o a la hoguera a numerosas mujeres de estos valles, condenadas tras terribles sesiones de torturas. La memoria histórica de aquellos sobrecogedores episodios ha quedado recopilada en documentos que se conservan en archivos de Laspaúles. No lejos de esta población, recientemente se ha recreado un parque temático, en donde aquellas mujeres, en espíritu, siguen siendo las protagonistas de una historia de sombras y sangre; y como mágico telón de fondo, la poderosa montaña del Turbón que permanece imperturbable por encima del tiempo y el espacio.
Durante la Baja Edad Media, concretamente en los siglos XIII y XIV, tuvieron lugar los movimientos más importantes de actividades satánicas de Europa. Tal es el caso de la Jacquerie –el hermoso símbolo de los pájaros liberados por Satanás–, con el cual los campesinos franceses veían en él un espíritu salvador, libertador; pero, como bien sabemos, todo fue implacablemente abortado entre asfixiantes columnas de humo y densos ríos de ­sangre.
La historia de los endemoniados y herejes, que tuvo que mantenerse obligatoriamente a la sombra de la cronología oficial, siguió un proceso paralelo –aunque de signo netamente opuesto– a la Inquisición. Ambos movimientos, el primero de inspiración claramente social, arrastrado a la clandestinidad, y el segundo de pleno respaldo eclesiástico, tuvieron que enfrentarse sucesivamente, cobrando adeptos o enemigos a lo largo de sus respectivas trayectorias. Sin embargo, según el tratadista e historiador francés Jules Michelet, autor del libro La bruja, los verdaderos orígenes de la brujería, o sentimiento anti-Cristo del Medievo, hay que buscarlos en los injustificados excesos cometidos por parte de la Iglesia a sus representantes como fue, por ejemplo, durante la primera mitad del siglo XIII, en el “Midi” con la sangrienta cruzada contra el catarismo; los escasos bonhommes supervivientes, tras la caída de Queribús –el último baluarte cátaro–, en 1255, no tardaron en extremar sus postulados religiosos a la vista de la terrible experiencia recibida por la opinión oficial.
Hasta entonces, la brujería se castigaba con la muerte, pero solo si este rito había producido algún daño concreto. Ya a comienzos del siglo XIV, se pusieron en marcha las primeras leyes contra la hechicería. El Concilio General de la ciudad francesa de Vienne (1311), además de condenar a la hoguera a los caballeros del Temple, prohibió severamente la adivinación, las pócimas amorosas y los conjuros. Paralelamente, y ante las radicales medidas adoptadas por la Iglesia y demás poderes fácticos, estos grupos “heréticos” no dudaron en establecer un dogma clandestino, inspirado básicamente en sus profundos y sólidos conocimientos de la ciencia y de la materia: motivos ambos que, sin duda, influyeron en su persecución.
La celebración del primer aquelarre –danza de brujas– conocido, tuvo lugar, según las crónicas de la época, en la ciudad occitana de Toulouse, en 1353; éste fija el inicio y madurez de los movimientos satánicos de brujería, que se irían sucediendo por todos los rincones de Europa. En los países más luminosos del continente –España, Portugal, Italia, Grecia–, las actividades misteriosas alcanzaron una dimensión marcadamente diferente con respecto a las naciones del centro o del norte, aunque los procedimientos de represión empleados por los inquisidores fueron exactamente idénticos en todas partes. Fruto del esfuerzo será descubrir el papel jugado por el Diablo y sus colaboradores en los males de la época, ya que sobre esta idea se montará un sistema de vigilancia y castigo, cuyo epicentro será lo que dice el Éxodo: Malfeica nom patieris vivere… “A la bruja no dejarás viva”.

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