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Chincheta Autor Tema: LOS MISTERIOS DE ELEUSIS Y LA ORDEN DE PITÁGORAS  (Leído 3873 veces)

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LOS MISTERIOS DE ELEUSIS Y LA ORDEN DE PITÁGORAS



Dirijámonos ahora hacia el mundo griego y, especialmente, hacia una ciudad situada a pocos kilómetros al noroeste de Atenas, la ilustre ciudad de Eleusis. Allí se celebraron los más grandes misterios de la civilización helénica, allí fueron iniciados sus pensadores, sus sabios y sus escritores. Eleusis se resistió mucho tiempo al cristianismo y su verdadero fin solo data del siglo V d.C, bajo el reinado de Teodosio II.

Cuando las escuelas de misterios fueron cerradas, los iniciados se expatriaron a distintas naciones de Occidente, especialmente Francia, Italia y España. Revistieron las ropas cristianas, pero preservaron las antiguas enseñanzas esotéricas que supieron transmitir a las cofradías de constructores. Sin duda alguna, los últimos apóstoles de Eleusis confiaron a los constructores de imperio de los primeros siglos cristianos un legado hermético de inestimable valor; sin él, no se comprendería el sentido de cierto número de obras de arte de la Edad Media.

Los documentos referentes a las sociedades secretas de Eleusis son escasos. Sin embargo, Píndaro nos advierte de que es indispensable conocer sus misterios antes de morir. Platón escribe: «El que llegue al otro mundo sin haber sido iniciado y haber conocido los misterios se verá sumido en la desgracia». Por lo que al trágico Sófocles se refiere, exclama: «Oh, tres veces felices aquellos de los mortales que, tras haber contemplado estos misterios, vayan al Hades; sólo ellos podrán vivir allí. Para los demás, todo será sufrimiento».

Esos ilustres testimonios insisten en el carácter indispensable de la iniciación eleusina; gracias a ella, el hombre cruza con plena confianza las puertas de la muerte, asegura su redención en esta tierra. Los ritos de Eleusis afirmaron siempre su independencia de los demás cultos griegos; los iniciados a los misterios no eran sacerdotes ordinarios y eso explica la rigurosa regla del secreto absoluto.

Se aplicó, al parecer, con mucha constancia, como demuestran numerosas anécdotas. Un tal Teodosio, por ejemplo, fue acusado por sus pares del más grave delito: haber revelado cierto número de secretos a los profanos. Según las leyes en vigor en Eleusis, fue condenado a beber la cicuta. Otro relato nos cuenta que dos jóvenes entraron por casualidad en un santuario reservado a los iniciados. En el interior se celebraba una asamblea que les hizo preguntas rituales para verificar su pertenencia a la comunidad. No supieron qué responder y fueron condenados a muerte. Es probable que esta historia fuera ficticia y que hubiera sido compuesta para prevenir a los imprudentes de los riesgos que corrían

. Pese al voluntario silencio de los iniciados de Eleusis, tenemos sin embargo ciertas informaciones fragmentarias sobre los ritos que practicaban. De ese expediente, lamentablemente muy incompleto, extraemos los elementos que volveremos a encontrar en la masonería primitiva y en la masonería moderna. Cierto es, primero, que la iniciación eléusica comportaba varios grados.

No es posible precisar con exactitud el número pero existía, entre los pequeños misterios y los grandes misterios, una marcada diferencia que fue preservada por los primeros masones, que distinguían claramente el aprendizaje y la maestría. Para ser aceptados en la ceremonia de los pequeños misterios, los postulantes deben ser presentados a la cofradía por unos iniciados. Los neófitos se reúnen en un lugar cerrado y son interrogados por cierto número de miembros de la cofradía eléusica. Esta práctica fue común, probablemente, a la totalidad de las antiguas sectas; sigue observándose en la masonería contemporánea que, tras tres «investigaciones», el candidato se presenta en su futura logia para ser interrogado sobre sus opiniones y sus intenciones.

¿Qué se exige del candidato?

Primero una conducta moral irreprochable.

Un criminal es rechazado automáticamente. Luego, un juramento por el que se compromete a no revelar nada de lo que se le enseña. Finalmente, se le pide que abandone su fortuna y sus bienes materiales. Estas tres condiciones subsisten en la actual masonería, estando simbolizado el abandono de los bienes por el «despojamiento de los metales».

El neófito, en efecto, se separa de todo objeto metálico para afrontar las pruebas en estado de pureza. El metal, sea el que sea, se opone, al parecer, a la acción mágica de la comunión fraterna. Advirtamos, sin embargo, que los «metales» son luego devueltos al nuevo iniciado que, tras haber conocido las primeras letras de la sabiduría, podrá hacer buen uso de ellos. Las pruebas iniciales ocupan un gran lugar en las ceremonias de Eleusis.

Encontramos ya las purificaciones por los cuatro elementos, fuego, aire, agua y tierra. El neófito debe pasar la noche en una tienda para meditar sobre sí mismo v prepararse para la iniciación; los masones convirtieron esa tunda en -el gabinete de reflexión» donde el postulante regresa al seno de la Madre tierra del que renacerá,

En Eleusis, la purificación por el aire se efectuaba a través de la música, pues los sonidos liberaban el alma de sus escorias. Durante el «viaje del aire», los masones intentan hacer el máximo nudo golpeando con el pie el suelo o entrechocando espadas. El aire corresponde, pues, en la iniciación al grado de Aprendiz, al tumulto de las pasiones que el sabio debe apaciguar.

En otra forma eléusica de la prueba del aire, se abanica al candidato con un harnero; esta vez, se trata de comunicarle el soplo divino. Por lo que se refiere a la prueba del agua, parece haber sido muy sencilla: se vertía un poco de agua en la cabeza del neófito, para lavarlo definitivamente de sus imperfecciones y hacer nacer un hombre nuevo.

Las diversas «pruebas» forman el núcleo esencial de la iniciación masónica al grado de Aprendiz.

Como puede verse, las formas materiales no han variado mucho y, sobre todo, el espíritu sigue siendo idéntico. Tanto en Eleusis como en las logias se busca la muerte iniciática por medio de las purificaciones de modo que el hombre viejo muera definitivamente y aparezca el hombre nuevo.Los «grandes misterios» es de lo más restringida. Sabemos que el candidato tenía la mano derecha y el pie izquierdo envueltos con vendas de color amarillo y que debía pronunciar una contraseña para entrar en el templo; «He comido el tímpano», decía, «he bebido el címbalos, he aprendido las ceremonias de la religión».

Le hacían bajar simbólicamente a los infiernos donde un tribunal juzgaba su conducta; cuando había reconocido sus faltas, bebía el agua del olvido y recibía nuevas vestiduras que indicaban su entrada en la comunidad de los maestros.

Algunos detalles precisos nos permiten descubrir en Eleusis uno de los orígenes del grado de Maestro Masón, el más importante de todos.

El iniciado eleusico llegado a lo alto de la jerarquía recibía una corona, al igual que el Maestro de Obra recibía un sombrero que simbolizaba su función. En uno y otro caso, se aludía al carácter real del iniciado. El que dirigía los misterios, en Eleusis, se llamaba «lacchos» y moría trágicamente; no estaba perdida la esperanza, puesto que renacía en cada iniciado, al igual que el Maestro de Obras Hiram, asesinado, renacerá en cada albañil. Para los adeptos de Eleusis, quienes han accedido a la verdadera iniciación viven en compañía de los dioses.

Los profanos siguen hallándose en la multiplicidad y la incoherencia. Los eléusicos, sin embargo, no demuestran ningún desdén ante aquellos a quienes consideran ignorantes. Convencidos de que la administración de la ciudad debe corresponder a la «administración» del hombre iniciado, estimaban que los adeptos debían ser útiles a la sociedad. Recibieron en sus filas a ilustres personajes como Filipo, Cicerón, Augusto, que supieron, a veces, poner en práctica las enseñanzas recibidas.

El iniciado a los misterios de Eleusis debe ayudar a los demás hombres a obtener su salvación. Por ello, los adeptos formaban a políticos, médicos, arquitectos y poetas. Se advierte así el aspecto «operativo» de Eleusis que no se limitaba a meditaciones esotéricas sino que intentaba hacer que brillase la sustancia de la iniciación en la sociedad de los hombres.

Sin duda alguna, la masonería recogió parte del mensaje de Eleusis. Es difícil precisar la importancia de esta filiación, dado el aspecto fragmentario de la documentación. Más suerte tendremos con otra corriente fundamental del pensamiento esotérico de los griegos, el pitagorismo. En varios manuscritos masónicos, se nos habla de un gran iniciado que Ríe, admitido en todas las logias del mundo donde propagó enseñanzas muy secretas. Fundó sus propias logias en Groton y formó a discípulos que se establecieron en Francia y en Inglaterra.

Ese gran personaje era llamado Peter Gower, deformación de Pitágoras; por lo que a Groton se refiere, es evidentemente Crotona, el lugar predilecto del geómetra. Ese recuerdo mitológico de la masonería se apoya en hechos indiscutibles; en la mayor parte de los edificios medievales, se advierte la influencia de la geometría y de la ciencia de los números creadas por Pitágoras. Se concreta, especialmente, en la estrella de cinco puntas que se encuentra en las marcas lapidarias grabadas por los constructores.

El pitagorismo transmitió a la Edad Media el sentido de los trazos directores a partir de los que se construían las iglesias y los más espléndidos ornamentos de piedra, como los rosetones. Un detalle nos convencerá de la influencia del pitagorismo sobre la masonería.

En el grado de Compañero, se ve la letra G en el centro de una estrella llameante que es el principal paso de este grado. Se han dado muchas explicaciones: God (dios en inglés), Geometría e incluso... ¡gravitación en la época del cientificismo! Múltiples significaciones han alimentado el simbolismo de la letra G; uno de sus orígenes es sin duda la gamma griega que tenía la forma de una Y. Para los pitagóricos, representaba las dos vías, la del profano y la del iniciado.

¿Quién era ese Pitágoras a quien un escultor de la Edad Media representó, en Chartres, entre los sabios cuyas enseñanzas deben seguirse?

Nació en Samos, entre 592 y 572, en el siglo VI a.C., que vio, también, el nacimiento del genial pensador chino LaoTse. Fue iniciado en los misterios egipcios y pasó veintidós años en los templos faraónicos donde estudió, sin descanso, geometría y astronomía.

Aquel gran viajero trató también con los sabios de Fenicia y de Caldea; tenía fama de poseer una cultura universal que abarcaba campos tan diversos como la filosofía, la política, las ciencias o las artes. Pitágoras no era sólo intelectual, puesto que obtuvo un premio en el concurso de pugilato de los cuadragésimo octavos Juegos Olímpicos. La leyenda le convirtió en el prototipo de hombre completo, capaz de armonizar lo físico y lo espiritual. Hacia 530, Pitágoras abandona Samos y se establece en Crotona, ciudad brillante y animada situada al oeste del golfo de Trento.

Allí compone cuatro discursos que dirige a los jóvenes, a los miembros del senado, a las mujeres y a los niños. Muy pronto, el renombre de su sabiduría se extiende y se convierte en un personaje notable de la vida pública. Para convencer a los incrédulos y a los burlones, desvelaba su muslo de oro que transformaba la duda en certidumbre. Platón, que conoció parte de la doctrina pitagórica, escribió una frase significativa: «Se trata de algunas fórmulas muy breves... Un pequeñísimo número de los hombres que existen las conocen»

Por lo que a Plutarco se refiere, afirma: «Pitágoras limitó el carácter simbólico y misterioso de las palabras de los sacerdotes egipcios ocultando sus teorías bajo enigmas. La mayor parte de sus preceptos no difiere de lo que denominamos los escritos jeroglíficos»Pitágoras no estaba representado en templo alguno y ningún discípulo tenía derecho a pronunciar su nombre

. Cuando se referían a sus palabras, afirmaban simplemente: «Él dijo». Encontraremos de nuevo esta concepción del Maestro oculto en el esoterismo masónico del siglo XVIII que creó el mito de los «Superiores desconocidos», dirigentes ocultos de la orden masónica. Algunos rituales aluden a los «seres desconocidos y supremos» para mostrar que la iniciación masónica engloba, a la vez, la realidad visible y la realidad invisible. De 510 a 450, la orden pitagórica se desarrolló de modo continuado y numerosos adeptos engrosaron sus filas. Alrededor de 450, un brusco cambio de situación pone en cuestión los resultados obtenidos; la mayoría de los jefes oficiales del pitagorismo son masacrados por sus opiniones políticas.

En efecto, habían decidido sanear la sociedad griega excluyendo del poder, poco a poco, a los ávidos y a los ambiciosos. Tan noble idea obtuvo un fracaso total y, tras esa sangrienta depuración, los miembros de la cofradía fueron obligados a ocultarse y a abandonar cualquier actividad política. Algunas células pitagóricas vuelven a formarse en la mayoría de los Estados del mundo antiguo, sobre todo en Italia. En el siglo VI a.C". existen pequeños grupos extremadamente cerrados que mantienen un secreto absoluto sobre sus trabajos. Los horrendos acontecimientos de 450 les enseñaron la prudencia.

Bajo Cesar y los primeros emperadores romanos, el pitagorismo se impone de nuevo: abarca prácticamente todas las capas sociales y adquiere numerosísimos fieles. Según algunos testimonios, una estatua de Pitagoras se habría erigido, incluso, en el foro romano a comienzos del siglo III a.C'. Lo que probaría la inmensa popularidad del geómetra griego.

Sea como sea. el pitagorismo está sólidamente implantado en la Italia del siglo I a.C las ceremonias se celebran con fasto, pero la orden es atentamente vigilada por los gobiernos. Los pitagóricos, en efecto, nunca ocultaron que la política materialista de Roma les disgustaba. De vez en cuando, algunos jefes pitagóricos tienen que exiliarse; Augusto, por ejemplo, expulsó a un tal Pitagorias que deseaba devolver a la orden un carácter político. Pese a esta vigilancia, la doctrina de los neopitagóricos influye en numerosos grupos de tendencia espiritualista, como los esenios que preparan el advenimiento del cristianismo.

Por lo demás, debemos distinguir los auténticos pitagóricos, que se preocupan por el esoterismo, y los «pitagoristas» que no conocen las enseñanzas secretas y sólo adoptan una moda; a estos últimos se debe la propagación de ideas excéntricas como la metempsicosis o el vegetarianismo.

Durante su estancia en Crotona, Pitagoras distinguía cuidadosamente a los oyentes, los discípulos y los iniciados, a quienes llamaba «físicos». Esos tres grados subsistieron en el interior de la Orden donde se codeaban los creyentes, los pitagóricos dedicados al campo social y político y los iniciados. La masonería conservará una estructura de tres grados, que es la mas auténtica base de la iniciación tradicional. El modo como Pitagoras concebía la vida iniciática influyó en todas las comunidades ulteriores.

Para el, los verdaderos discípulos ponen espontáneamente sus bienes en común; intentan formar una sociedad fraterna en la que cada cual piensa, primero, en el bien común y no en el suyo propio. Entrar en la orden pitagórica es, en principio, practicar el silencio y trabajar en la sombra durante un tiempo que va de tres a cinco años.

Superada esta prueba, el adepto es admitido en la comida comunitaria. Si es incapaz de acallar sus pasiones durante tan largo tiempo, abandona la Orden sin otra forma de proceso y se le entregan sus bienes, que habían sido colocados bajo precinto.

Un hermano, decía Pitagoras, es otro uno mismo. Esta máxima no era teórica sino que se aplicaba a menudo. En ciertos combates, por ejemplo, algunos pitagóricos pertenecientes a ejércitos enemigos deponían las armas cuando habían hecho el signo ritual que les permitía identificarse. Cierto día, un pitagórico murió en casa de un posadero tras una larga enfermedad; como no tenía ya dinero, su anfitrión se había ofrecido a pagarle los remedios y la comida. «¿Quién me lo devolverá?», le preguntó al pitagórico que agonizaba. «No tengas temor alguno», le respondió; «cuelga esto de tu puerta». Le tendió una tablilla en la que acababa de trazar un signo misterioso.

Mucho tiempo después, un pitagórico pasó ante la posada y vio la tablilla. Entró y preguntó al posadero por qué la había colgado. Al saber el infortunio de su hermano, pagó al buen hombre y prosiguió su camino.

Otro acontecimiento probará la intensidad de los sentimientos fraternales que reinaban en la Orden: el tirano Dionisio el Viejo había hecho encarcelar al pitagórico Fintias. «Puedo», le dice éste, «darte pruebas de mi inocencia siempre que me sueltes-. El tirano se niega, creyendo que se trataba de una artimaña. Se presenta entonces el pitagórico Damón que se deja encarcelar en lugar de Fintias. Sí no regresa antes de que se ponga el sol con las pruebas de su inocencia, Damón será ejecutado. Fintias regresa y ambos pitagóricos son liberados. Que cada cual, recomendaba Pitágoras, se comporte lo más perfectamente posible en el cargo que se le atribuya, ya sea ritual, social o familiar. Cualquier responsabilidad es una ocasión para mejorar, el orden social puede ser un reflejo del orden cósmico si la humanidad lo desea. Semejante ideal de fraternidad hizo que un soplo purificador se levantara en un mundo greco-romano donde enormes multitudes iban a ver correr la sangre en las arenas.

La unidad espiritual y afectiva que reinaba entre los pitagóricos modela, parcialmente, el alma del cristianismo y, a través de él, la de los constructores de catedrales. No sorprenderá, por consiguiente, ver que la fraternidad figura en primer plano de los valores masónicos. Intentemos delimitar con mayor concreción las enseñanzas pitagóricas y descubrir en ellas una de las prefiguraciones del simbolismo de los masones. Al juramento y al silencio, que parecen propios de todas las sectas iniciáticas, se añade el sentido de la «mesura», que es una aplicación de las leyes geométricas.

Quien lo posee puede convertirse en «dueño de las cosas», utilizando el mensaje desvelado en las reuniones secretas. Advirtamos que quienes traicionan pueden ser condenados a la pena de decapitación; ahora bien, el gesto ritual del aprendiz masón consiste, precisamente, en representar una degollación. Por su juramento, se ha comprometido a mantener en secreto los misterios masónicos. De lo contrario, le cortarán la cabeza.

Probablemente, el castigo nunca fue ejecutado en la época del pitagorismo; ni tampoco en la masonería. Simbólicamente, significa que el perjuro se priva de su cabeza, de su órgano pensante que le habría permitido avanzar por la vía iniciática.

Durante la ceremonia iniciática pitagórica, el postulante iba desnudo. Al finalizar el ritual, le entregaban una toga blanca, signo de la rectitud y de la irradiación del Bien que penetraba en su alma. Encontramos el mismo proceso entre los masones que ofrecen al iniciado de primer grado un delantal blanco que nunca deberá mancillar con actitudes irresponsables.

Los «Compagnons du Tour de France» han conservado el símbolo de la desnudez total; los masones, tal vez a causa de una corriente moralizadora, dejan alguna ropa al neófito. Para identificarse, los pitagóricos se daban un apretón de manos a la manera egipcia. No conocemos sus modalidades exactas; los masones han conservado el símbolo. Otro medio de identificación era una especie de catecismo en el que alternaban preguntas y respuestas rituales. Por ejemplo, se preguntaban: «¿Cuáles son las islas de los bienaventurados?». Y el iniciado tenía que responder: «El sol y la luna». O también: «¿Qué es lo más sabio?», «el Número»; «¿qué es lo más bello?», «la Armonía»; «¿qué es la naturaleza?», «es el otro».

Los masones tuvieron siempre a su disposición un «catecismo» semejante que, además de su función de identificación, contenía lo esencial de los misterios masónicos bajo las apariencias de fórmulas herméticas. El acto comunitario fundamental de los pitagóricos era el banquete; asistían como máximo diez comensales. Esta regla evoca la presencia de diez oficiales de la masonería que presiden los destinos de la Logia. Nos referiremos de nuevo, más adelante, a su importancia; retengamos, de momento, que la institución del banquete o la comunión material se añade a la comunión de las almas.

Tras la comida, los pitagóricos se entregaban al trabajo y a la lectura; el más anciano elegía un texto ritual leído por el más joven y propuesto a la meditación de los hermanos. En los «Banquetes de orden» de la francmasonería donde se respeta la tradición, se procede del mismo modo. Hecho importante para el desarrollo de nuestra investigación: los pitagóricos tenían entre ellos a constructores.

El más hermoso ejemplo de su trabajo es, sin duda, la célebre basílica de la Porta Maggiore, en Roma, junto a la Vía Prenestina.

Se trata de un templo-caverna, análogo al «gabinete de reflexión» de la masonería; como advierte Carcopino, el templo de los pitagóricos está situado bajo tierra en virtud del refrán «no hables sin luz de las cosas pitagóricas-: no utilizar, por consiguiente, la luz exterior que es solo un falso fulgor, sino la claridad procedente del interior de las cosas, del centro de la tierra. A pesar de su situación, en efecto, la basílica di la Porta Maggiore no estaba sumida en la oscuridad; aberturas dispuestas sabiamente dispensaban a los adeptos una luz filtrada que. identificaban con la gracia divina. Entre los símbolos importantes de la Orden, el numero siete influyó directamente en la masonería. Según Pitágoras, siete simboliza lo no engendrado, la sabiduría siempre virgen a pesar de las malversaciones que los hombres cometen en su nombre; siete es el número del Maestro Masón.

En el campo de la geometría, los pitagóricos, veneran también un triángulo sagrado en el que ven el principio creador del universo. Este triangulo sagrado esta colocado por encima del Venerable en la logia masónica. Permítasenos poner de relieve un detalle curioso: entre los pitagóricos. la grulla era un pájaro simbólico. Adaptándose a las condiciones atmosféricas, aludía a la adaptabilidad del sabio frente a los acontecimientos, felices o desgraciados.

Su gorjeo imita la voz del hombre y descubre a los asesinos de los sabios; además, las familia-de grullas vuelan en triángulo, prueba de que son herederas directas de la sabiduría. Esta grulla pitagórica, detentadora de tantos misterios, puede contemplarse aún en lo alto del gran arco del porche interior de la basílica Sainte-Mane-Madeleine, en Vézelay. En los templos pitagóricos, el iniciado encargado de dirigir los trabajos de la asamblea y sacar a la luz el significado esotérico de las palabras dichas se mantenía al fondo del edificio. El obispo cristiano se colocará, también, al fondo del ábside y el Venerable masónico se instalará en el extremo oriental de la Logia.

Nuevas investigaciones mostraran hasta que punto las comunidades pitagóricas orientaron el destino de las asambleas de carácter espiritual que nacieron duran re la era cristiana; la espiritualidad masónica, como muchas otras, no podía comprenderse sin referencias al pitagorismo.

fuente:esquinamagica.com

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