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Chincheta Autor Tema: Panteon Chase (un misterio alucinante)  (Leído 2170 veces)

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Al sur de las islas Bahamas y de Cuba se encuentran las Antillas Menores, una de estas islas es la de Barbados, que fue una colonia británica hasta 1966, cuando obtuvo su independencia.

En este lugar se sucedera uno de los acontecimientos mas extraños que se puedan imaginar, estudiado por numerosos especialistas en fenomenos paranormales y tambien por escepticos que intentaron explicar lo inexplicable. Al dia de hoy no ha salido a la luz una respuesta a este hecho tan macabro.


Una de las criptas del viejo cementerio  de Christ Chursh , está abandonada hace más de medio siglo, desde el día que tuvieron lugar en su interior fenómenos que aterrorizaron a los testigos y que aún no se pueden explicar.

Esta curiosa tumba la mandó construir en 1742 la familia Walrond, propietaria de una plantación de caña de azúcar, que tanto abunda aún en la isla. El panteón es una edificación sólida, construida con grandes bloques de coral unidos con cemento, posee una enorme losa de piedra de 4 x 2 metros que sirve de bóveda a la cripta. La entrada se cierra con una puerta de hierro.

En la actualidad el mausoleo está vacío y cerrado por orden municipal.

Los Walrond vendieron el mausoleo, antes de ocuparlo, a sus amigos los Elliot. Iba a estrenar la tumba el Coronel Thomas Elliot, pero en el último momento los familiares del difunto decidieron cumplir con su deseo y fue arrojado su cuerpo al mar.

La primera persona de la familia Elliot a quien correspondió el triste honor de inaugurar la tumba fue la señora Thomasina Goddard, indirectamente emparentada con la familia. Su cuerpo fue introducido el 31 de julio de 1807 en un sencillo ataúd de madera y pasó a ocupar uno de los anaqueles superiores de la cripta. A los pocos meses, el mausoleo fue cedido a los Chase, gente violenta que se había distinguido por sus raptos de locura y sus numerosos crímenes.

Mary Ann Chase, hija menor del llamado Honorable Coronel Thomas Chase, fue conducida a la cripta el 22 de febrero de 1808. Era una niña que, según las malas lenguas, fue muerta por su propio padre en un ataque de furia homicida. El cuerpo de la pequeña fue inhumado dentro de un ataud de plomo, en una ceremonia sencilla y fria. Transcurrieron cuatro años, y el 16 de julio de 1812 volvió a ser abierto el mausoleo para dar entrada a otro ataúd, también de plomo. Y se produjo la primera de las grandes sorpresas.

Había muerto Dorcas Chase, hermano de Mary Ann, quien tuvo siempre fama de excéntrico, Lo demostró al dejarse morir de hambre en su cuarto, encerrado con llave. Dos esclavos de color cargaron el ataúd de plomo hasta la puerta de hierro de la tumba y esperaron a que otros dos abriesen y entrasen en primer lugar, provistos de candiles. Se disponían los cuatro a descender por la escalera de piedra, pero la luz que inundó el interior del panteón mostró una imagen aterradora. El ataúd de Mary Anna María había sido movido hacía un rincón sin explicación. Los esclavos se negaron a seguir bajando y salieron corriendo del lugar.



Era un espectáculo dantesco.

El ataúd de Thomasina Goddard seguía en su sitio, pero el de Mary Ann Chase se encontraba cabeza abajo en el rincón opuesto al que debía ocupar durante los últimos cuatro años.
Algunas personas valerosas regresaron el pesado ataúd de la niña a su lugar y acomodaron a su lado el nuevo huésped de la tumba: el hermano de Mary Ann. Estaba presente el Coronel Chase, dirigiendo la macabra operación, sin imaginar que al siguiente mes le tocaría a él ocupar el panteón.

En un intento por buscar culpables y racionalizar lo sucedido, se acuso a los esclavos negros de tal profanación. Se sabía que los negros habían asistido al entierro de la primera hermana Chase y que era poca la simpatía que tenían por el patriarca Thomas Chase, cuyo comportamiento cruel y tiránico había llevado al suicidio a su hija Dorcas. Sin embargo, los negros antillanos rechazaron la acusación y en su lugar mostraron miedo y respeto por lo que consideraban era obra de los espíritus.

También al Coronel lo enterraron en un ataúd de plomo, y lo condujeron a la cripta de Christ Church, temblando los asistentes al acto ante la horrorosa perspectiva de contemplar de nuevo los ataúdes tirados por el suelo. Pero, afortunadamente, si alguien se ocupaba de mover los ataúdes, no tuvo tiempo ahora de realizar la tarea. Nada había cambiado. Se depositó feretro en un nicho, quedó cerrada la puerta de hierro y todos se fueron a su casa, pensando que aquel espectáculo que presenciaron el mes antes se debió a un sismo que se sintió con mayor intensidad en el panteón.

Transcurrieron cuatro años. En 1816 falleció otro hijo del Coronel Chase, el joven Samuel Brewster Ames Chase, el entierro tuvo lugar el 25 de setiembre. Los goznes de hierro se habían oxidado con el paso del tiempo y dos esclavos tuvieron que trabajar largo rato antes de abrir la cerradura y la puerta. Cuatro hombres esperaban afuera cargando el ataúd, que también era de plomo.

La puerta se abrió lentamente, dos esclavos asomaron un rostro temeroso. Echaron una ojeada al interior de la cripta y salieron corriendo, alguna persona con sangre fría se asomó y vio en su nicho el ataúd de la señora Thomasina Goddard, pero no podía decirse lo mismo de sus compañeros. estaban todos en el suelo, cabeza abajo, apoyados contra el muro. ¿Quién pudo mover los ataúdes, si cada uno de los mismo pesaba 200 kilos y eran precisos cuatro hombres forzudos para cargarlo?

Por fortuna se encontraba aquel día en el entierro Lord Combermere, gobernador de la isla Barbados. Le habían contado algo acerca de las cosas extrañas que sucedían en el panteón familiar de los Chase y quería verlo con sus propios ojos. Al contemplar aquello, adoptó medidas tan severas como inteligentes.

Se quedó con sus hombres de confianza y procedió a buscar un pasaje secreto. Seguro finalmente de que no existía más entrada al interior del mausoleo que la puerta de hierro conocida, dio el siguiente paso.

Ordenó cubrir el suelo con arena fina, para que quedasen marcadas las pisadas de quien penetrase en la cripta, dejó caer unos objetos de valor que pudiesen atraer la codicia de los ladrones y pidió a su secretario que redactase un inventario de cuanto se hizo. A continuación ordenó colocar una cerradura nueva en la puerta y sellaron ésta con una capa de yeso y piedras. Apoyó su anillo en el mortero todavía húmedo y abandonó el lugar, para esperar que transcurriese el tiempo y muriese otro miembro de la familia Chese.

Algunos hechos curiosos

La fama del panteón trasendio incluso fuera de la Isla e incluso hechos curiosos y extraños sucedieron en sus alrededores, por ejemplo una señora que iba a depositar flores en una tumba cercana a la de los Chase escuchó un fuerte crujido, seguido de gemidos lastimeros, el caballo que sujetaba de la brida comenzó a lanzar espuma por la boca y se le erizó la pelambre, a causa del terror que sentía. Este comportamiento era insolito en el animal que fue llevado a ser visto por un veterinario que no pudo encontrar la causa y el animal debió ser sacrificado. El mismo dia, unos caballos que alguien dejó atados a un árbol, junto a la cercana a la iglesia, soltaron violentamente sus ligaduras, aterrados por algo que nadie supo decir qué era,  galoparon hacia el mar, donde murieron ahogados.

Nuevamente la cripta se abre.

El 18 de abril de 1820, el panteón volvió a ser abierto. Hasta entonces el lugar no había sido utilizado, pero la expectación despertada en el público y el deseo del vizconde Combermere por comprobar si su experimento había dado resultado, hicieron que ese 18 de abril, se desvelara el misterio, a pesar de no haber ningún difunto para ocupar un hueco en la sepultura. El vizconde Combermere, acompañado del Honorable Nathan Lucas, el secretario de gobernación, mayor J. Finch, el señor Rowland Cotton, el señor R. Bowcher Clark y el reverendo Thomas Orderson, se dirigieron al cementerio de Christ Church, con un grupo de asustados peones negros, dispuestos a levantar la losa.


El vizconde Combermere.

Todo estaba como lo habían dejado, es decir: el cemento estaba intacto y los sellos oficiales seguían en su lugar, sin haber sufrido ninguna perturbación. Con esto, todos pensaron que el interior se encontraría también en buen estado, pero cuando el cemento fue picado y la losa retirada a un lado, se sorprendieron al escuchar un extraño rozamiento surgiendo de la oscura bóveda. Uno de los ataúdes de plomo había sido arrojado contra la losa y al ser retirada esta por los albañiles negros, la sepultura había sido arrastrada con ella. Los cada vez más aterrorizados negros comprobaron que el ataúd de Mary Anna María, se encontraba ahora empotrado en la pared del fondo, y del tal manera, que incluso el muro había sufrido daños. Los demás féretros estaban diseminados por el suelo de forma caótica. El vizconde Combermere, no daba crédito a sus ojos. El exterior de la bóveda seguía estando tan sólido como siempre, por lo que nadie podía haberse colado dentro por algún resquicio, y la fina arena depositada en el pavimento interior, no presentaba muestras de huellas o de presencia humana. Si alguien había entrado allí, pensó el vizconde, desde luego no era de este mundo.

El honorable Nathan Lucas, dijo de la inspección que hizo del lugar:

Examiné los muros, el arco y toda la bóveda: todo era igualmente antiguo; un albañil, en mi presencia, golpeó minuciosamente el suelo con un martillo: todo era sólido. Confieso que no puedo explicar los movimientos de esos ataúdes de plomo. Ciertamente, no se trata de ladrones, y en cuanto a broma pesada o truco, hubiese sido necesaria la participación de demasiada gente y el secreto hubiera sido descubierto; y en cuanto a que los negros hayan tenido algo que ver, su miedo supersticioso a los muertos y a todo lo que con ellos se relaciona, excluye cualquier idea de esa clase. Todo lo que sé es que ocurrió y que yo fui testigo del hecho.

Nadie pudo entrar a la cripta para mover los ataúdes. El gobernador Combermere estaba seguro de que solo un hombre no pudo desplazarlos. Además, hubiese dejado sus huellas en el suelo. No encontró señales de inundación. El lugar se encontraba unos treinta metros por encima del mar, no era fácil que agua hubiese movido los ataúdes. En cuanto a un temblor de tierra, habría cambiado de lugar con mayor facilidad el ataúd de madera que los de plomo. Y el de la señora Goddard seguía en su nicho, bastante maltratado por el tiempo, ajeno a cuanto había sucedido en torno suyo.

Los investigadores ligados a los fenómenos paranormales intentaron encontrar alguna explicación a el hecho, pero fue tarea inútil, porque ni siquiera podían afirmar que se tratase de un fenómeno paranormal. El escritor escocés, Arthur Conan Doyle (conocido por ser el autor de la zaga de Sherlock Holmes), se interesó a comienzos del siglo XX en el misterio de la isla de Barbados, concluyó que eran fuerzas sobrenaturales las que movieron los ataúdes de plomo, en señal de protesta, porque en su interior se descomponían los cuerpos con mayor lentitud que en los de madera, supuso también  que con el arribo al panteón familiar del cuerpo de Thomas Chase se intensificó el fenómenos, en razón de los violentos efluvios que surgieron de él en vida y no logró atenuar la muerte.

¿Estaba en lo cierto Conan Doyle? ¿Fue aquél de Barbados el único en la historia?

El gobernador Combermere estaba seguro de que algo como aquello no había sucedido antes, ni se produciría después. Lord Combermere estaba precisamente en un error.

Sucedió algo semejante en el mismo panteón, un siglo después. Los miembros de la logia masónica de Bridgetown acudieron el 24 de agosto de 1943 al mismo panteón donde el siglo pasado habían sucedido cosas tan extrañas, se presentaron ante el mausoleo que contenía los restos de Alexander Irving, primer masón de la isla Barbados, dispuestos a abrirlo. En el mismo mausoleo se había depositado muchos años antes un ataúd de plomo con el cuerpo de cierto Sir Evan McGregor. A los señores de la logia no les interesaba este personaje, sino Irveng, cuyos restos pensaban trasladar a otro sitio.

Quitaron la losa y hallaron debajo una escalera de seis peldaños que conducían a una puerta tapiada con ladrillos. No existía la menor posibilidad de que alguien hubiese penetrado en la cripta desde la última vez que enterraron a alguien. Sin embargo, no tardaron los presentes en comprobar que no era así. Al quitar los obreros los ladrillos, vieron aparecer la punta de un ataúd de plomo. Se dieron cuenta sin tardar mucho que el ataúd estaba apoyado en parte contra la puerta y en parte contra el muro contiguo.

Una vez dentro de la cripta, descubrieron los masones que el ataúd era el de Sir Evan McGregor, que había abandonado su nicho, de manera por demás inexplicable. Pero no fue ésta la única sorpresa. Por más que buscaron los presentes en la cripta, no hallaron el otro. ¿Se habían equivocado de tumba quienes venían a recoger los restos de Alexander Irveng? Realizaron entonces una investigación en la iglesia contigua y verificaron que el cuerpo del masón debía hallarse en aquella cripta.

¿No era aquél caso muy superior, en cuanto a misterio se refiere, al de la familia Chase, puesto que aquí hubo traslado de ataúd de plomo además de faltar un inquilo importantede del mausoleo? ¿Qué explicación podía darse al fenómeno? ¿Por qué solo se desplazaban los ataúdes de plomo? ¿Fueron movidos los ataúdes, inconscientemente, por personas ajenas a la familia de los difuntos, por un simple fenómeno de psicoquinesis que no ha logrado ser esclarecido?

Pero si pudiera aclararse por medio de la psicoquinesis el movimiento de los ataúdes, ¿se explicaría la ausencia de otro?

Los inquietos ataúdes de Arensburgo

Al otro lado del Océano Atlántico sucedió en el siglo XIX un caso que recuerda al de la isla Barbados. Fue en la ciudad de Arensburgo, situada en la isla de Oesel. Lo mismo los acontecimientos de Arensburgo que los de la isla Barbados respondían a idéntico patrón de sucesos,  podría decirse que, siendo iguales los síntomas, la enfermedad era idéntica en un caso y en otro.

Hubo, para empezar, el asunto de los caballos, una señora que detuvo su carruaje a las puertas del cementerio el 22 de junio de 1844, a corta distancia del mausoleo de la familia Buxhoeden, fue la primera persona que pudo informar acerca de ciertas anomalías que llamaron la atención. Depositó unas flores en las tumbas de sus familiares y regresó a su carruaje para encontrar el caballo terriblemente asustado e inquieto.

El siguiente domingo, otras personas que llegaron a depositar flores se sorpendieron al regresar ya que encontraron a los animales que guiaban sus carrujaes temblando de miedo y lanzando espuma por la boca. Hubo quien juró haber oído extraños ruidos procedentes del interior del mausoleo de los Buxhoeden y puso sobre aviso a los propietarios de la tumba. Estos subestimaron estos testimonios y dijeron que no iban a perder tiempo escuchando tonterías.

Pero como los sucesos seguian estando y los animales se espantaban al llegar a la cercania del panteón, las autoridades intervinieron y exigieron a los Buxhoeden abrir su mausoleo.

Hallaron en su interior varios ataúdes amontonados en el suelo, como si alguien los hubiera esparcido sin ningun sentido, los acomodaron en sus respectivos nichos y cerraron la puerta sin buscar explicaciones para el fenómeno. El tercer domingo de julio volvieron a enloquecer los caballos unidos a los carruajes. Unos echaron a correr y otros se dejaron caer al suelo, revolcándose y soltando espuma por la boca. Tres animales murieron ese dia por esos hechos.

La familia se sentía insegura, y su misma inseguridad les hizo negarse a abrir de nuevo el mausoleo. Pero tuvieron que acceder tres meses más tarde, cuando murió uno de ellos. Quitaron los sellos a la puerta y penetraron unos hombres en la cripta. Los ataúdes volvían a encontrarse en el centro, lejos de su sitio.

Depositaron el ataúd del difunto en uno de los nichos vacíos, pusieron orden en los demás, cerraron la puerta con varios sellos y abandonaron el panteón. Después se reunieron a discutir con las autoridades. No deseaban que nadie fuera a acusarlos en la ciudad de vampiros ni de profanadores de tumbas. Pidieron a las autoridades que solucionasen el misterio. El Barón Goldenstubbe, presidente de la comisión investigadora, acudió al panteón acompañado por varios miembros de la familia Buxhoeden, habían transcurrido tres días desde el sepelio y Los sellos seguían intactos. Abrieron la puerta y aparecieron los ataúdes fuera de su sitio.

El Barón ordenó colocarlos otra vez cada uno en su nicho, cerró personalmente la puerta y designó un guardia para vigilar la tumba día y noche. A continuación pidió al obispo y a dos médicos que lo acompañasen al día siguiente al mausoleo.

Abrieron la puerta. Esta vez seguían en su sitio tres ataúdes. Los demás estaban ya amontonados en el suelo. Los médicos abrieron unos ataúdes al azar, en busca de huella de vampirismo. Verificaron el estado de los cuerpos y comprobaron que estaba todo en perfectas condiciones. Incluso los difuntos conservaban las alhajas con las que fueron enterrados.

Unos obreros abrieron los muros en busca de pasajes secretos. Cerraron finalmente la puerta y quedaron apostados varios guardianes. Días más tarde declararían que no oyeron ni vieron nada sospechoso. El Barón Glodenstubbe ordenó abrir de nuevo el mausoleo. Volvían a estar revueltos los ataúdes. En vista de que el asunto no parecía tener solución, y para evitar males mayores, el Barón ordenó trasladar los féretros a otro lugar y demoler la tumba de los Buxhoeden.

Esto fue como una solución milagrosa, en pocos dias regresó la paz al cementerio de Arensburgo, nadie mas denunció ninguna anomalia. Pero lamentablemente nunca logró averiguarse, igual que sucedió en la isla Barbados, por qué a los ataúdes de plomo aparecian esparcidos por el panteón, siendo que eran significativamente pesados y no existía lugar posible por donde ingresar al lugar y realizar esta macabra broma. Si bien muchos intentaron teorizar sobre el ¿porque? no hay un solo indicio que de una respuesta.
 
fuente: http://www.losenigmas.com.ar/menu.htm 


« Última modificación: 19/11/2008, 19:55 por ganimedes »

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