La ciudad inglesa de Stratford-upon-Avon fue testigo del nacimiento de un genio de las letras, William Shakespeare que comparte lugar de origen con Adrian Newey, otro gurú pero de la ingeniería. Y fue gracias a su padre que dijo al pequeño: "Hijo, no te dediques a la ingeniería que está mal pagada". Como buen niño, Newey llevó la contraria a su progenitor. Menos mal.
Adrian empezó en la IndyCar. Llegó con March en el 83 y en 1985 y 1986, el triunfo llevaba su firma. Ese mismo año, salta a la F-1 con Force pero la escudería desapareció y el ingeniero inglés regresó a March como diseñador jefe del equipo de F-1.
Era una época en la que la aerodinámica no tenía tanto peso en el diseño y Newey recibió muchas críticas. En 1988 dio una pequeña pincelada de lo que era capaz de hacer y su equipo lideró alguna carrera. A pesar de esto, los resultados no eran los esperados y March puso a Newey en la calle. Su siguiente parada fue Williams, ahí comenzó el dominio de los 90. El primer título llegó en 1992 y repetiría año tras año hasta 1997, excepto en el 95 cuando el título fue para Benetton.
Newey aún cambiaría dos veces de equipo. En 1997 llegó a McLaren. Consiguió el Mundial de constructores en 1998 y el de pilotos ese mismo año y también al siguiente. Entonces llegó la era Schumacher-Ferrari y los coches del británico sólo lograron 15 victorias y ningún título. En 2006 hizo la que, hasta ahora, es su última mudanza al fichar por Red Bull para cambiar su historia. Un año después, la marca de Newey empezó a hacerse patente en la escudería de la bebida energética. En 2009, diseñó uno de los mejores monoplazas gracias al cual, Vettel y Webber dieron las primeras victorias a Red Bull.