Diosa Bastet
Corren los siglos y las momias de gatos se cuentan por decenas de miles. Entre los años 332 y 30 a.C., los egipcios comienzan a criar gatos con el único propósito de momificarlos y venderlos como ofrenda a las personas que visitan los templos.
Pero claro, los gatos viven demasiados años para que sea rentable su crianza, de modo se sacrifican cuando tan solo cuentan con 2 a 4 meses de edad, Malek opina que es posible que también los momificaran a tan corta edad para que encajaran mejor en los contenedores que se usaban para tal fin. No se sabe cuántos gatos fueron momificados para estas prácticas, pero los investigadores dicen que existen millones de ellos.
En los últimos siglos del milenio pasado, estos gatos se podían encontrar por centeneras en mercadillos y zocos de todo Egipto. Una pequeña parte se conserva en distintos museos e instituciones del mundo, pero la inmensa mayoría fueron usadas con los fines más dispares.
Existe un dato significativo que cuenta que una compañía británica compró a finales del siglo XIX un cargamento de 17000 kilos de gatos momificados, para pulverizarlos y emplearlos como fertilizantes en Inglaterra. En aquel barco se presume que viajaron unas 180000 momias felinas.
La sacerdotisa maldita
La hoy conocida como “Princesa de Amon-Ra” o “Sacerdotisa de Amon-Ra” vivió alrededor del año mil quinientos antes de Cristo. Cuando murió fue depositada en un bello sarcófago de madera, embalsamada y enterrada en una cripta en Luxor, junto a la ribera del Nilo. Más de tres mil años después, a finales de 1890, cuatro jóvenes adinerados de Inglaterra visitaron las excavaciones que se desarrollaban en ese lugar.
Allí pudieron contemplar el hermoso sarcófago de la princesa recién extraído de la cámara mortuoria. Pujaron por él hasta que uno de ellos fijó una suma demasiado alta para los demás e hizo que algunos nativos trasladaran la valiosa pieza a su hotel. Horas más tarde, el nuevo propietario del sarcófago se internó solo en las arenas del desierto y no volvió a ser visto jamás. Al día siguiente, uno de sus tres compañeros perdió un brazo tras ser herido accidentalmente por el disparo de uno de sus criados egipcios. La maldición atacó a los dos restantes al volver a Inglaterra: uno descubrió que sus ahorros se habían esfumado; el otro quedó inutilizado por una grave enfermedad y terminó sus días vendiendo cerillas en la calle