¿Quién dice que todo lo relacionado con los hechos paranormales ha de ser necesariamente tétrico o dignos de ser tomado como algo escalofriante? ¿Es que los fantasmas han de andar siempre molestando a los mortales con sus lúgubres llantos y sus insidiosas formas de comportarse?
Con la historia que relatamos a continuación, descubriremos que eso no ha de ser siempre así y que en el hipotético Más Allá, también hay cabida para lo sutil y romántico.
Lo que presentamos a continuación, nos acaba de ser remitido por una amable lectora y le agradecemos intensamente que lo haya compartido con nosotros. Reproducimos íntegramente el E-Mail, para que podamos conocerlo de boca de la propia testigo:
“No sé si ésta les parecerá una historia rosa y nada sobrenatural, pero es real y me parece de lo más romántica, más allá de la muerte.
Los abuelos de mi novio murieron el año pasado. Llevaban más de cincuenta años de casados y a pesar del tiempo se veían muy enamorados. El abuelo padecía de diabetes y a principios del año 2000, su estado empeoró, por lo que debían amputarle una de sus extremidades.
Un día, en el hospital, le dijo a su esposa:
-Yo no quiero llegar al cielo en pedazos. Voy a pedirle a Dios que mejor me quite la vida. Pero no te preocupes; hoy vengo por ti lo más rápido posible.
Transcurridos dos días de esto, en un día de abril, el señor murió. A raíz de este acontecimiento, mi novio decidió mudarse a casa de su abuela para acompañarla en su soledad. La anciana, de 81 años, gozaba de muy buena salud, pero desde ese día su vida se concentró en esperar que su difunto esposo viniera por ella.
En una de las salas donde vivían, hay un sofá que era del abuelo. Él era el único que se sentaba allí; pero desde el día de su muerte, la abuela empezó a sentarse en él, argumentando que era el lugar favorito de su esposo y que por tanto, le sería más fácil encontrarla allí.
Un día de junio, exactamente ocho semanas después de la muerte de su esposo, mi novio salió como todos los días a trabajar. Cada vez que salía, y para evitar que su abuela quedara sola ni un solo momento, pedía a alguien que la cuidara. Y ese día le tocó el turno a una amiga de la familia.
La señora empezó a ayudar con la limpieza de la casa mientras, como todos los días, la abuela se sentaba silenciosa en el sofá de su marido. Se quedó dormida. Al llamarla por su nombre para despertarla, descubrió que la anciana había muerto. Lo había hecho sin un solo lamento, sin dolor, sin sentirlo.
Cuando el médico forense rellenó el acta de defunción, al poner la causa de la muerte, solamente escribió: “murió de soledad”. Esto está escrito en ese papel de valor legal.
Verdaderamente creo que su esposo regresó por ella como se lo prometió antes de morir. Creo que esta es una prueba de la seguridad que tienen algunos que la vida no se acaba sino simplemente se cambia de lugar.