En 1879 la Real Sociedad Astronómica Británica cursaba una circular a los astrónomos miembros, en ella se pedían informes sobre cualquier observación anómala en la Luna. En poco tiempo se vieron inundados por una enorme cantidad de relatos que hablaban de luces que recorrían los cráteres, erupciones volcánicas y explosiones. En dos años recibieron más de dos millones de informes, de modo que colapsados ante la cantidad de datos cancelaron las investigaciones y no emitieron ninguna opinión concluyente sobre el tema.
Esto demostró que los fenómenos extraños observados en nuestro satélite distaban mucho de ser hechos aislados, y desde aficionados a grandes astrónomos habían observado estos sucesos. En 1787 W. Herschel (descubridor de Urano) afirmó haber observado tres erupciones volcánicas y dos años más tarde el profesor Schroeter (eminente selenógrafo) declaró ver "un brillante estallido de luz, que estaba compuesto de muchas chispas pequeñas y separadas".
Desde el siglo XVI hasta hoy se han venido observando luces en la superficie de la Luna, generalmente blancas y del tamaño de una estrella, pero también se vieron rojas, amarillentas o azuladas, que se movían o eran estáticas entre unos segundos y varios días. La NASA llama a estas observaciones Fenómenos Transitorios Lunares o LTPs (Lunar Transient Phenomena), y recogió en 1968 un listado de 579 incidentes bien documentados, recogidos entre 1540 y 1967.
Hasta la fecha no se sabe a qué se deben estos fenómenos, ya que en la Luna ni hay volcanes ni fuentes de luz; además, aumentan inexplicablemente cuando Marte está más próximo.