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Chincheta Autor Tema: Esos momentos funestos  (Leído 944 veces)

07/04/2012, 08:49 -

Esos momentos funestos

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Esos momentos funestos



Todos tenemos claro —bueno algunos no— que jugamos para divertirnos, que todo lo que suceda en y durante una partida es absolutamente trivial para el desarrollo de nuestra existencia. Sin embargo, porque siempre hay un pero, muchas veces no lo sentimos así y nos tomamos las cosas demasiado a la tremenda. Es así y no lo podemos evitar, cuanto más fanáticos de jugar seamos peor será nuestra reacción, vamos que todos vimos el famoso videillo del pequeño alemán que entra en un ataque de histeria frente a su computadora, quizás sea un extremo, pero cuantos somos capaces de decir que nunca tuvimos un ataque de ira similar, que aunque no exteriorizado, ha resultado en la destrucción de algo que teníamos a mano. Hagamos un pequeño repaso de todas esas situaciones que hacen peligrar las arterias y son capaces de causarnos lo más cercano a un accidente cerebro vascular.
La Muerte Súbita
Esta situación era un clásico en la época de las micro que cargaban los juegos desde cassette especialmente la ZX Spectrum. Antes de que se inventara el maravilloso turbo que aceleraba casi 10 veces la velocidad de carga de los juegos transferir un programa desde un cassette hasta la memoria de la computadora era un proceso que llevaba unos 10 minutos, el tema es que muchas veces el azimuth del cabezal de nuestro dataset o grabador no estaba correctamente ajustado y lo que cargaba durante esa larga decena de minutos no era más que pura basura, y esto sólo lo sabíamos en el preciso momento que terminaba de cargar el juego con la resultante de o un hermoso mensaje que rezaba TAPE LOADING ERROR o un fantástico reseteo. Viniendo un poco más acá, cuantas veces estábamos en lo mejor de ese juego que tan atrapados nos tenían y un inesperado cuelgue, sin ninguna causa lógica aparente nos dejaba tan helados como la propia pantalla del juego. Si a todo esto lo sazonamos con una falta de savegame de los, digamos, últimos 90 minutos el resultado decanta en una úlcera instantánea y unas irrefrenables ganas de aplicar una patada descendente con golpe preciso de talón sobre la consola o computadora de turno.
El Gamus Interruptus
LLegamos de una larga jornada laboral o estudiantil, disponemos de unas horas para dedicarnos a ese estreno que nos viene subiendo el hype desde hace 2 años y acabamos de adquirir. Nos ponemos ese calzado que está reservado para nuestro hogar, ese que su comodidad es inversamente proporcional al buen gusto. Abrimos una bolsa rebozante de snacks y nos servimos un vaso de litro y medio de bebida burbujeante, alcohol optativo. Nos apoltronamos en nuestro sillón más cómodo, prendemos la consola, cargamos el juego, new game, vemos la presentación que sirve aún más para subir nuestras expectativas, si es un RPG definimos nuestro personaje, definimos cejas, pómulos, párpados, tonalidad de la piel, hundimiento de las cuencas oculares, la longitud de la nariz al milímetro, y todo eso que hacemos para después ponernos una capucha o un casco y no verlo nunca más. Sigamos, comienza la aventura, recogemos una o dos sidequests de paso por el poblado inicial, y decididos a probar ese fantástico sistema de combate que tanto hablan salimos al campo de batalla, aparece el primer montruo, sacamos nuestras armas y… RINNNG, RINNNG, el teléfono… miramos el identificador de llamadas y vemos que es nuestra madre, hay que atender, no queda otra. Y allí comienza nuestra odisea, sin dejarnos mediar palabra comienza un bombardeo de cosas que ni sabíamos ni teníamos intención de saber, como por ejemplo todas las necrológicas de nuestro barrio nativo, nos actualiza de enfermedades y defunciones de gente que no tenemos ni la más pálida idea de quién es. Así se va prolongando el monólogo hasta que o nos momificamos o nuestro cerebro se suicida. Esta misma combinación puede darse con timbre de nuestra puerta y testigos de Jehová, vendedores de seguros, encuestadores en el teléfono o telemarketers insistentes y una infinita gama de posibilidades que hacen que toda la preparación previa haya sido absolutamente espuria. Esta vez los destinatarios de nuestra ira serán aquellos mismo que la producen, los interrumpidores, y agradezcamos a dios que no se puede extrangular a gente vía telefónica o que en general no salimos armados a atender la puerta de nuestra casa, porque es casi seguro que ahí si dispondremos de varias horas libres para jugar desde nuestra celda en la penitenciaría de turno.
El Síndrome Leeroy Jenkins
Esta es una situación que se da sólo en multiplayer, y es cuando decidimos que vamos a jugar en serio y bien, nos armamos de un grupo de compañeros en los cuales confiamos, con grandes capacidades para el juego de turno, estudiamos mapas, hacemos teleconferencias para establecer estrategias conjuntas, hasta ponemos dinero para alquilar servidores virtuales y hacer prácticas en conjunto. Llega el gran día donde probaremos nuestra coordinación y trabajo de equipo, donde le pintaremos la cara al equipo contrario o a ese jefe final del que todos deseamos saborear la miriada de puntos de experiencia y los kilogramos de oro que nos otorgará. Arrancamos la partida pero de repente… uno de los jugadores entra en trance, es poseído por el espíritu de John Rambo y se lanza en solitario a enfrentar al enemigo, y ese jugador es justo nuestro hombre clave, quizás el médico o sacerdote encargado de curar a la partida entera, el paladín que iba a soportar a los monstruos más pesados mientras nuestros místicos recargan magia, o ese ingeniero imprescindible para volar el puente en el preciso momento en que pasa el grueso de nuestro ejército enemigo. El tema es que el mismo se arroja a las fauces del contrario La mejor manera de ilustrar esto es el famoso video del tristemente famoso Leeroy Jenkins en World of Warcraft:
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=LkCNJRfSZBU&feature=player_embedded[/youtube]
¿Qué se le puede desear a un jugador que hace esto? lo dejo librado la parte más perversa de la imaginación del lector.
El mal del cargado inoportuno
Todos, pero absolutamente todos los que hayamos sido absorbidos hasta sentirnos completamente aislados de la realidad por un juego nos mandamos esta gran pifia alguna vez. Sea el juego que sea, de plataformas cuando cruzamos esa hilera imposible de sierras, monstruos pinchudos y depósitos de ácido, o ese preciso instante en que clavamos el último y certero disparo en el monstruo que luego de miles de intentos y decenas de horas lográbamos exterminar, o esa carrera que finalmente batíamos luego de tomar perfectamente cada curva, esquivar cada obstáculo y tomar cada power up. Todos alguna vez, en ves de darle al botón de save game le dimos a la maldita tecla de quick load. Esa indescriptible sensación de odio a si mismo, de vergüenza y de suciedad que nos da hacer semejante imbecilidad creo que no se iguala en ninguna otra disciplina. Piénsenlo de esta manera, imaginen los últimos minutos de una final de un mundial de fútbol, vamos 0 a 0 en un partido cerradísimo, a los 44 minutos 59 segundos el juez nos da un penal a favor de nuestro equipo y somos los encargados de patearlo. Entonces y sin demasiadas explicaciones en cuanto escuchamos el silbato para patear salimos corriendo en dirección contraria, precisamente hacia nuestro arco y nos metemos un gol en contra. Inmediatamente retomamos la conciencia de lo que acabamos de hacer. Bueno esto no se acerca ni un poco a lo que pasa cuando hacemos un load en vez de un save game. La reacción inmediata frente a este error es una inmensa necesidad de amputarnos los dedos y comerlos sazonados con hiervas, un par de dientes de ajo salteados y un poco de manteca negra, todo eso acompañado de una botella del mejor cabernet sauvignon que tengamos a mano y que nos hunda en el olvido de nuestra propia estupidez.
Y este es apenas un muestrario de las mil y un razones por las cuales los jugadores tenemos una vida más corta que el promedio de la población mundial, nuestra actividad debería ser considerada una profesión de alto riesgo ya que manejamos un nivel de estrés similar al que sufre un controlador aéreo, un corredor de bolsa o un albino en el Bronx. Los escucho amigos para que me cuenten ustedes que otras situaciones se les ocurren en donde toda su humanidad es dejada de lado y las ganas irrefrenables de la destrucción total del universo se ven apenas frenadas por la simple imposibilidad de hacerlo.

Fuente: Ecetia

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