EL OFRECIDO
Ofrezco arrogarme de ti, abusar de tu confianza, pero a tu favor,
ofrezco desmaquillarte, ponerte dos besos de aretes cada mañana.
Desayunarte en el baño, al vapor, cenarte en la alfombra.
Ofrezco romperte el vestido y cobijarte de mi cuando lo solicites con miradas.
Ofrezco reponerte el vestido y trabajar por ti, cuando lo pidas por escrito...
No es violencia, es tu estética que me impacienta...
Ofrezco citas con tu desnudez, sin ropajes, uniformados de piel,
ofrezco tallarte artesanalmente, tu tierra, tu agua, tu lodo en mis uñas,
ofrezco abastecerte de mi, hasta derramarme...
Sacarte de ti para entrar hasta tus insondables arroyos.
Ofrezco permanecer detrás de tu ombligo, a veces, sólo a veces.
Creo quepo perfectamente en tus trópicos pero paralelo al busto.
En tus centros, de pie, en la esquina donde da vuelta la sangre.
Allí ofrezco ayudarte a respirar, oxigenándote el aire.
Si así lo prefieres en tus próximos caprichos,
en tu melena esconderme mientras me buscas a besos,
ofrezco atragantarme de ti, empinarme tu botella de cuerpo entero,
llevarte hasta el máximo estado inconveniente en que tus pies se vuelvan cabeza...
Obedezco, pero no me pidas tomarte con calma, sabes que dosificada te sufro,
ofrezco no asustarte si el domingo sigo en ti, si sigo dentro de ti...
pues necesito llevarte en lunes, y en martes también, sentirte tal como eres,
sin los banales accesorios para sobrevivir al mundo, sin los logros de fin de jornada,
sin las farsa del fin de semana, sin los festejos de fin de año,
pero con los miedos de fin de vida...
Ofrezco interrumpirte cuando planchas y agasajarte como adolescente
pellizcarte las nalgas cuando cocinas, meterme a la bañera no precisamente
a enjabonarte, propinarte una besada como atenta ves en las novelas...
Ofrezco llevar un par de seguetas bien afiladas si mi celda te aprisiona,
si mi resguardo es excesivo, si me avinagro, si me espeso, si te soy demasiado
estoy dispuesto a hospedarme en la cama mas fría de tu hospital
y esperar al suero de la euforia nos de de alta...
Ofrezco visitar tu mercado y comprar un par de tus enojos, sin garantía
remendarlos, lavarlos e impregnarlos de mi, pero oreados.
Ofrezco abastecerte de mi, de mi combustión, de mis minerales,
pero con tu cansancio natural de quien ama equivocada.
Ofrezco sacarte de tu error, y meternos juntos en otro, quererte así,
sobreprotectora y posesiva pero limitada...
Inmoderada en los besos, libertina en mí.
Vestida de hembra, irrespetuosa, lascivamente irrespetuosa
celosa como quien sabe lo que tiene, dopada de ti y de tus contraindicaciones...
Ofrezco extrañarte los jueves, aunque esté contigo, a no bastarme por segundos,
a devastarme sin terceros, ofrecido estoy a que te me apetezcas a dos por latido
A que no se me pase tu efecto...
A que perduren las pausas de los besos...
A que las hojas de nuestra cama no se amarillen...
A que nuestros libros nos mantengan desvelados...
Y que sigamos pateando las sábanas por rozarnos los pies...
Ofrezco hacerte el amor, y también cogerte, cogerte a párrafos.
A punto y coma por jadeo, a sexo escrito con saliva.
Ofrezco desactivarte, desmantelarte de ser necesario.
A darte gusto con tu posición preferida.
Sé que eres cuerpo minado, pero me arriesgo.
Me arriesgo a perder una mano, una pierna por explotar sobre ti.
Me ofrezco entero a podar tus ansiedades.
A recortar tus excesos, a peinar tus zonas, tus terrenos.
Ofrezco olvidar el para qué y el por qué...
Pero no cuándo, cómo y dónde, esas son mis razones para traspapelar tus demandas.
Ofrezco discusiones en la cocina, pero al desenlace un beso.
Ofrezco tibieza y muchas dudas, pero al final la cercanía...
Ofrezco un pie descalzo, un mal paso, muchas heridas lejos de cerrar...
Ofrezco todo esto...
Pero no me pidas nada...
Francisco Lorenz
DESPUES DE LAS FIESTAS
Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios...
Qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo...
Eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.
Julio Cortazar