La gloria es verlos jugar, verlos dominar. Cómo gobiernan. La pena es que sólo uno de ellos puede jugar la final del Open, el domingo, en las hirvientes pistas azules de Melbourne Park.
Ellos son Rafael Nadal Parera, el número uno del mundo, y Fernando Verdasco Carmona, The Spanish Stallion, el Potro Español, que pega como pegaba Rocky Balboa, aquel Italian Stallion. Pegando como un descosido, Stallion Verdasco (así lo llama Gil Reyes, cuando habla con los americanos) se encierra mañana en el ring azul de Melbourne, digamos que con Apollo Creed: Rafael Nadal, evidentemente. ¿Apollo Creed...? Mejor, hablando de Nadal, a uno se le viene a la cabeza Smokin Joe Frazier
scuramente indestructible. O Jake LaMotta, Toro Salvaje. "Para ganarle, hay que matarle", decían de LaMotta los críticos de la época.
Verdasco está jugando el tenis de su vida. Al margen de lo que hayan hecho y dicho Gil Reyes y Agassi, una insólita confianza y un acierto determinante en primeros servicios (rondar el 80% ante Murray y Tsonga es una barbaridad) son los cañones humeantes que han puesto a Fernando, Fer, en una pasional semifinal ante Nadal, Rafa. La vida ha sido bella para Verdasco ante Murray y Tsonga, inestables. Mañana, ante Nadal, esa vida va a cambiar: bastante.
Simon.
Lo que hizo Nadal ante Simon se resume fácil: bajo un cerco como el que Nadal sufrió ante el francés en los sets segundo y tercero, no existe otro jugador en el mundo que hubiera escapado en tres sets: doble contra sencillo.
La estabilidad equilibrada de Nadal llega a ser emocionante. Simon no es un Poussin, un pollito. Mal apodo: es un Blaireau, un arisco tejón de colmillo retorcido. "Extraño jugador: mejor que juegas tú, mejor que juega él", analizó Federer tras una de sus derrotas ante este tipo de apariencia frágil e intenciones aviesas. Simon, terrible, combatió hasta la extenuación. Discutió con el Ojo de Halcón incluso la bola de partido... con 40-0 abajo.
Más terrible fue Nadal. Conmovedoramente terrible. Anuló el set point de Simon en el segundo set. Devolvió dentelladas con bolas como rocas. Tira líneas con la derecha ajustada por Tío Toni. Sacó a 203 km/h. Servicio, emoción. Verdasco, Nadal. Sólo uno en la final.