El colmo de la pereza
En un pueblo, en el que abundaba el trabajo y la comida, un perezoso estaba a punto de morir de hambre.
Se reunieron el alcalde, el párroco, el consejo municipal y el defensor del pueblo, y por unanimidad acordaron enterrar vivo al perezoso; porque para el pueblo sería un desprestigio que alguien muriera de hambre.
Cogieron cuatro orillos, armaron un cajón, metieron al moribundo, y salieron con él rumbo al cementerio.
Una señora preguntó: “¿Quién murió?”. “Nadie” –le respondieron; “¿y entonces a quien llevan ahí?” –insistió. “Al perezoso que lo vamos a enterrar vivo antes de que muera de hambre” –le explicaron. “No, no, no hagan eso –exclamó la señora–, yo con mucho gusto regalo un bulto de panela”, Otra señora regaló 100 gallinas; un señor, puso una carga de arroz, más un bulto de papas; un hacendado donó un barril de leche, 50 arrobas de queso, una carga de plátanos y otra de yucas. Todos, todos, todos los paisanos donaban, donaban y donaban comida por montones. Cuando iban llegando al cementerio desistieron del entierro porque el moribundo ya tenía comida suficiente para 100 años.
El perezoso sacó la cabeza, y preguntó: “¿Quién va’cocinar todu’eso?”. “Pues, usted” –le contestaron. Y el hombre exclamó: “Entonces… ¡que siga el entierro!”.
Una señora llama a un periódico donde se dan todas las noticias, en este caso, era una noticia fúnebre:
Por favor, ¿me podría decir usted si es tan amable, dónde anuncian a los que mueren?
Pues sí, en la sección de esquelas.
¡Ahí mismo!
Dígame.
Mire usted: La defunción de un señor; apunte por favor.
¿Me da su nombre?
Ricardo García.
¿Edad?
45 años.
¡Perdone señora! ¿Qué parentesco tiene con usted?
Es mi marido.
¡Vaya, lo siento, señora! Eh, por favor, ¿me da la hora de la defunción?
Mañana a las 8:00 horas, ¡Cuando aparezca el desgraciado este!
Un viejo se está muriendo. Alrededor del lecho poco a poco empieza a surgir una discusión.
¡Vamos a alquilar un carro fúnebre para llevarlo con decencia! Dice la esposa.
¡No creo que se deba gastar tanto dinero! Yo puedo llevarlo en la camioneta del vecino, si me la presta, dice el hijo del viejo moribundo.
¿Y por qué no lo llevamos al hombro? Pregunta el vecino, él casi no pesa nada.
Por fin el moribundo reúne el resto de las fuerzas que le quedan, y dice:
Si ustedes me ayudan a bajar, tal vez yo pueda llegar al cementerio por mi cuenta.
Resulta que había fallecido un hombre y cuando estaban velándolo llegaron los sepultureros, y la esposa empezó a gritar:
¡No se lo lleven por favor, no se lo lleven!
Señora tranquila, hemos venido para enterrar al muerto.
¡No por favor, no se lo lleven, no se lo lleven!, gritaba la mujer.
Pero señora tranquila, ha llegado la hora de llevarnos al muerto.
¡No se lo lleven, no se lo lleven!, seguía gritando
Hasta que uno de los sepultureros ya cansado le dijo:
Bueno señora, ¿Por qué no deja que nos llevemos el muerto?
Y ella le responde:
¡Es que es la primera vez que duerme en la casa!