Aqui va el segundo.
Las caras de Bélmez: Un fenómeno inexplicable
El 23 de agosto de 1971 apareció la primera cara sobre el pavimento de una casa de Bélmez de la Moraleda, pueblo enclavado en la encrespada e inhóspita Sierra Mágina de Jaén.
Desde entonces, han ido apareciendo y desapareciendo nuevas caras sobre las paredes y el suelo de esta misma casa, constituyendo el fenómeno paranormal más extraordinario, sugestivo e inexplicable del último tercio del siglo XX.
La muerte de María Gómez Cámara -propietaria de la vivienda- el 3 de febrero del 2004, reactualizó de nuevo los interrogantes que siempre han acompañado a un asunto como éste, que ha concitado un interés profundo y sostenido en el mundo de la Parapsicología y también en el de la Ciencia durante más de treinta años. ¿Nos encontramos ante un fraude o ante una realidad?. O en todo caso, ¿conocía María Gómez el origen de las caras?, ¿experimentaba miedo cada vez que posaba los ojos sobre ellas?, ¿qué tipo de sentimientos le suscitaban?, ¿cómo es que pudo compartir su casa con esas imágenes durante tanto tiempo?. He ahí toda una serie de interrogantes que se levantan alrededor de una figura tan controvertida como la de María Gómez Cámara.
Animados por el más fervoroso deseo de despejar estas y otras incógnitas, científicos, parapsicólogos y simples curiosos se han acercado hasta la casa que habitaba María Gómez, en la calle Real. En esta vivienda se han llevado a cabo todo tipo de experimentos; desde los que seguían los más estrictos cánones experimentales y ortodoxos hasta aquellos otros que arrancaban desde las más profundas raíces de la superstición y la credulidad. Los resultados nunca han sido concluyentes. El misterio en torno a estas caras siempre se ha sobrepuesto a las interpretaciones que se han formulado alrededor de ellas.
Hay que atravesar todo el pueblo para llegar a la calle Real. Ahora ya no se llama así. Cuando murió a los 85 años María Gómez, la calle adoptó su nombre. El Ayuntamiento, en sesión plenaria, lo decidió el mismo día en que se produjo la defunción de la mujer más célebre no sólo de Bélmez, sino de todo Jaén. También fue nombrada “Hija Predilecta” del pueblo. Bélmez suena en cualquier parte del mundo como el lugar donde se originan unos efectos teleplásticos de muy discutida explicación. Centenares de artículos publicados por parapsicólogos, estudios elaborados por científicos, programas de radio y de televisión, libros… Las caras de Bélmez, con altibajos en esos 33 años transcurridos desde su aparición, han estado en la mente y en el punto de mira de quienes piensan que la ciencia sólo es un ojo para ver las cosas; pero que al mismo tiempo existe otro ojo que sólo poseen aquellos que no han encontrado en los libros de texto y en las enciclopedias respuesta a todas sus dudas. Para estos seres humanos existen otras vías, otros valores y otras fuerzas en el interior del hombre que lo abocan, de igual manera a como lo hace la razón, al conocimiento de los fenómenos que la ciencia, prepotente y orgullosa, manda al exilio, al mundo helado de lo imposible, de lo inventado; a ese lugar donde se generan los inquietantes torbellinos de todas las locuras humanas, de todos los engendros irracionales y malditos.
Cuando se llega a la casa, ésta se encuentra cerrada. Mientras vivía, María siempre había mantenido entornada la puerta. La leve oscuridad que se advertía al asomar la cabeza para solicitar el permiso de entrada contribuía a mantener ese halo de misterio y de intriga tan necesario para quien viene desde un exterior luminoso, como el que envuelve a un pueblo situado a cerca de 900 metros de altitud.
Ahora María ya no estaba. Se había ido al otro lado de la vida, quizás para comprobar la verdadera identidad de las caras que se habían asomado a través del duro cemento de su casa. Y para saber la verdadera causa de sus rostros ceñudos, de sus espantados ojos, de su mirada terrible, de sus voces desesperadas que a veces había tenido que oír pero que le producían un desasosiego y un desamparo interno que no sabía muy bien cómo interpretar.
A María Gómez Cámara habían intentado explicarle muchos “entendidos” qué le ocurría al cemento de su casa. Son manchas, le habían dicho. En este pueblo hay una extrema humedad. Bajo el suelo confluyen corrientes de agua que proyectan manchas sobre la superficie. María callaba y asentía. Ella era una ignorante. Ella no sabía nada. Sí, ésa sería la explicación: el agua. La humedad es como una culebra; igual corre por el suelo que trepa por las paredes. En cambio, sus hijos no tenían su mansedumbre, su resignación. Aquella primera cara que apareció el 23 de agosto de 1971 sobre el suelo de la cocina los aterrorizaba. No podían mirarla sin inquietud. Miguel, uno de sus hijos, picó el suelo en torno a ese rostro. Desgajó el trozo de cemento que sostenía la cara. Allí quedó aquel pesado bloque, apoyado sobre la pared, manteniendo el mismo dibujo, produciendo el mismo terrible efecto.
El Ayuntamiento no quería escándalos. La noticia de aquella cara se iba propagando a la velocidad de la luz. Ya iban llegando curiosos. Ya se apiñaban los vecinos frente a la puerta del número 5 de la calle Real. El consistorio mandó a unos pocos albañiles. Hicieron unos cuantos hoyos en la cocina. Allí había restos humanos. Huesos. En otro tiempo sobre ese lugar se había levantado un cementerio. María tuvo que oír otra versión sobre sus caras. Se la daban algunos estudiosos que extraían de la chistera de los acontecimientos los conejos más estrambóticos de sus ideas confusas. Son los rostros, le decían, de las personas que murieron con algún terrible secreto que las mantiene atadas al lugar de su sepultura. María oía y callaba. Ella era una ignorante, nada sabía. Serían las caras de los atormentados, ¿qué otra cosa podría ser?
Luego vinieron los que le dijeron que era ella misma quien pintaba esas imágenes, que eran sus hijos, que era alguien del pueblo con dotes pictóricas; que si usaba barnices, que si hollín, que si tierra de tal o cual tonalidad. La pintura de mercurio -hubo quien explicó- tiene la particularidad de ir ensanchando poco a poco la mancha que produce. María callaba, sus ojos profundos escrutaban desde algún lugar que resultaba inaccesible para todos aquellos intérpretes de realidades oscuras.
Incluso la Junta de Energía Nuclear colocó un cristal sobre una de las caras para que nadie la tocase. Pero la cara permaneció, arrumbando la teoría de que podía ser repintada. También el notario Antonio Palacios precintó la cocina y cuando, más tarde, fue desprecintada, las figuras no eran exactamente como antes: habían sufrido unos cambios sin intervención de nadie.
Tal vez en el interior de María palpitaba una sospecha en torno a las caras que habían aparecido en su casa. En la Guerra Civil española su cuñado Miguel Chamorro había muerto envenenado, creyendo comer rábanos cuando en realidad lo que había ingerido era cicuta. El hambre ciega el entendimiento y el hombre se había confundido. Días después, la mujer de Miguel y siete hijas suyas sucumbieron en el bombardeo que se produjo en el Cerro de la Cabeza. Aquel drama aconteció cuando María no tenía aún veinte años. Sufrió un shock intenso. Tal vez esas caras que aparecían en su casa fuesen aquellas pobres víctimas. Tal vez María las llamaba desesperada, vehementemente desde algún rincón escondido de su cerebro. Esta convicción profunda fue lo que le hizo pensar a María que cuando muriera, los rostros, las Caras de Bélmez, se irían con ella para no volver nunca más.
Pero lo misterioso, lo incomprensible, lo impresionante, es que las caras continúan en aquel lugar después de que María se haya ido a buscarlas más allá de las altas montañas que cierran el horizonte del pueblo. ¿Qué buscan, qué quieren, qué gritan, pues, las Caras de Bélmez?.
texto sacado de:mundomisterioso.portalmundos.com