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Chincheta Autor Tema: La Resurrección de Jesús según Ana Catalina Emmerich  (Leído 2493 veces)

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La Resurrección de Jesús según Ana Catalina Emmerich



Sábado 11 de abril de 2009 por Ramón Ruiz
... La veracidad de lo que vio Ana Catalina a todo lo largo de su vida, ha servido de punto de partida para realizar numerosas investigaciones arqueológicas. Con sus visiones se descubrieron los restos de la ciudad de Ur de Caldea. La recientemente descubierta morada de la Virgen en Éfeso resultó ser también tal como ella la había descrito. Del mismo modo se descubrieron en 1981 los pasadizos bajo el Templo de Jerusalén...


...En este momento la roca fue tan violentamente sacudida, desde la misma cima hasta la base, que tres de los guardias cayeron y se volvieron casi insensibles. Los otros cuatro se habían ido para entonces, habiendo ido a la ciudad para conseguir algo. Los guardias que fueron así postrados atribuyeron el repentino impacto a un terremoto; pero Cassius, quien, aunque inseguro acerca de lo que todo esto podría presagiar, y que aún tenía un presentimiento interior de que era el preludio de algún evento estupendo, quedó traspasado en ansiosa expectación, esperando ver lo que vendría después. ...



LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Pronto después contemplé la tumba de nuestro Señor. Todo estaba calmo y silencioso a su alrededor. Había seis soldados de guardia, quienes estaban ya sea sentados o parados delante de la puerta, y Cassius estaba entre ellos. Su apariencia era aquella de una persona inmersa en meditación y en la expectativa de algún gran evento. El sagrado cuerpo de nuestro Bendito Redentor estaba envuelto en una sábana enrollada, y rodeado de luz, mientras dos ángeles estaban sentados en actitud de adoración, uno en la cabecera, y el otro en los pies. Los había visto en la misma postura desde que fue puesto en la tumba al comienzo. Estos ángeles estaban vestidos como sacerdotes. Su posición, y la manera en la que cruzaban sus brazos sobre sus pechos, me recordaron el querubín que rodeaba el Arca de la Alianza, sólo que estaban sin alas; al menos no vi ninguna. Todo el sepulcro me recordaba al Arca de la Alianza en diferentes períodos de su historia. Es posible que Cassius fuera sensible a la presencia de los ángeles, y a la brillante luz que llenaba el sepulcro, ya que su actitud era aquella de una persona en profunda contemplación ante el Bendito Sacramento.

Luego vi el alma de nuestro Señor, acompañada por aquellos entre los patriarcas a quienes había liberado, entrar en la tumba a través de la roca. Él les mostró las heridas con las que su sagrado cuerpo estaba cubierto; y me pareció que la sábana enrollada que previamente lo envolvía fue removida, y que Jesús deseaba mostrar a las almas el exceso de sufrimiento que había soportado para redimirlos. El cuerpo me pareció ser bastante traslúcido, ya que la total profundidad de las heridas podía verse; y esta visión llenó a las almas de admiración, aunque profundos sentimientos de compasión del mismo modo extrajeron lágrimas de sus ojos.

Mi siguiente visión fue tan misteriosa que no puedo explicarla y ni aún relatarla de manera clara. Me pareció que el alma y cuerpo de Jesús eran llevados juntos fuera del sepulcro, sin estar el primero, sin embargo, completamente reunido al último, el cual permanecía aún inanimado. Creí ver dos ángeles, que estaban de rodillas y adorando en la cabeza y los pies del sagrado cuerpo, levantarlo – manteniéndolo en la misma posición con la que yacía en la tumba – y llevarlo descubierto y desfigurado con heridas a través de la roca, la cual tembló mientras pasaban. Me pareció entonces que Jesús presentaba su cuerpo, marcado con los estigmas de la Pasión, a su Padre Celestial, quien, sentado en un trono, estaba rodeado por innumerables coros de ángeles, felizmente ocupados en verter himnos de adoración y jubileo. El caso era probablemente el mismo cuando, en la muerte de nuestro Señor, tantas almas santas reentraron en sus cuerpos y aparecieron en el Templo y en diferentes partes de Jerusalén; ya que no es probable que los cuerpos que animaran estuvieran realmente vivos, ya que en tal caso habrían sido obligados a morir por segunda vez, mientras que regresaron a su estado original sin aparente dificultad; pero debe suponerse que su apariencia en forma humana fue similar a aquella de nuestro Señor, cuando él (si así podemos expresarlo) acompañó a su cuerpo hasta el trono de su Padre Celestial.

En este momento la roca fue tan violentamente sacudida, desde la misma cima hasta la base, que tres de los guardias cayeron y se volvieron casi insensibles. Los otros cuatro se habían ido para entonces, habiendo ido a la ciudad para conseguir algo. Los guardias que fueron así postrados atribuyeron el repentino impacto a un terremoto; pero Cassius, quien, aunque inseguro acerca de lo que todo esto podría presagiar, y que aún tenía un presentimiento interior de que era el preludio de algún evento estupendo, quedó traspasado en ansiosa expectación, esperando ver lo que vendría después. Los soldados que habían partido a Jerusalén pronto regresaron.

De nuevo contemplé a las santas mujeres; habían terminado de preparar las especies, y estaban descansando en sus aposentos privados; no extendidas sobre sus almohadas, sino reclinadas contra las cobijas, las cuales fueron enrolladas. Deseaban ir al sepulcro antes del amanecer, porque temían encontrarse con los enemigos de Jesús, pero la Virgen Bendita, quien estaba absolutamente renovada y llena de fresco coraje desde que había visto a su Hijo, las consoló y les recomendó dormir por un tiempo, y luego ir sin miedo a la tumba, ya que nada malo les pasaría; después de lo cual inmediatamente siguieron su consejo, y se esforzaron en dormir.

Fue hacia las once de la noche que la Virgen Bendita, incitada por irrefrenables sentimientos de amor, envolvió un manto gris alrededor de ella, y abandonó la casa completamente sola. Cuando la vi hacer esto, no pude evitar sentirme ansiosa, y decirme a mí misma, “¿Cómo es posible para esta santa Madre, que está tan exhausta por la angustia y el terror, aventurarse a caminar completamente sola por las calles a semejante hora?”. La vi ir primero a la casa de Caifás, y luego al palacio de Pilatos, el cual estaba a gran distancia de allí; la observé a través de todo aquel solitario viaje por aquella parte que había sido transitada por su Hijo, cargado con su pesada Cruz; ella se detuvo en cada lugar en donde nuestro Salvador hubo sufrido particularmente, o recibido cualquier nuevo ultraje por parte de sus bárbaros enemigos. La apariencia de ella, mientras caminaba lentamente, era aquella de una persona buscando algo; frecuentemente se inclinaba al piso, tocaba las piedras con sus manos, y luego las inundaba de besos, si la preciosa sangre de su amado Hijo estaba sobre ellas. Dios le confirió en este momento particulares luces y gracias, y fue capaz, sin el menor grado de dificultad, de distinguir cada lugar santificado por los sufrimientos de él. La acompañé a través de todo su piadoso peregrinaje, y me esforcé en imitarla hasta el límite de mis fuerzas, tanto como mi debilidad me permitiera.

María entonces fue al Calvario; pero cuando casi había llegado, se detuvo de repente, y vio el sagrado cuerpo y el alma de nuestro Señor ante ella. Un ángel caminaba por delante; los dos ángeles que había visto en la tumba estaban al lado de él, y las almas a quienes él había redimido lo seguían por cientos. El cuerpo de Jesús era brillante y precioso, pero su apariencia no era aquella de un cuerpo vivo, aunque una voz surgió de él; y lo escuché describir a la Virgen Bendita todo lo que había hecho en el Limbo, y luego asegurarle que sería resucitado con su cuerpo glorificado; que se mostraría entonces a ella, y que debía esperar cerca del Monte Calvario, en aquella parte en donde ella lo vió caerse, hasta que él apareciera. Nuestro Salvador entonces fue hacia Jerusalén, y la Virgen Bendita, habiéndose envuelto de nuevo con su manto alrededor, se postró en el lugar que él había señalado. Era entonces, creí, pasada la medianoche, ya que el peregrinaje de María por el Camino de la Cruz había llevado al menos una hora; y vi luego las santas almas que habían sido redimidas por nuestro Salvador transitar a su turno el doloroso Camino de la Cruz, y contemplar los diferentes lugares en donde había soportado tales temibles sufrimientos en nombre de ellos. Los ángeles que los acompañaban reunían y preservaban los fragmentos más pequeños de la sagrada carne de nuestro Señor que hubieran sido desgarrados por los frecuentes golpes que recibió, como también la sangre con la que el piso estaba salpicado en aquellos lugares en donde él había caído.

Vi una vez más el sagrado cuerpo de nuestro Señor extendido como lo vi al comienzo en el sepulcro; los ángeles estaban ocupados en reubicar los fragmentos que habían reunido de su carne, y recibieron asistencia sobrenatural para hacerlo. Cuando lo contemplé luego estaba dentro de su sábana enrollada, rodeado por una luz brillante y con dos ángeles adoradores a su lado. No puedo explicar cómo todas estas cosas acaecieron, ya que están más allá de nuestra humana comprensión; e incluso si las comprendo completamente cuando las veo, aparecen oscuras y misteriosas cuando me esfuerzo por explicárselas a otros.

Tan pronto como un débil destello del amanecer apareció en el este, vi a Magdalena, María la hija de Cleofás, Johanna Chusa, y Salomé, dejar el Cenáculo, estrechamente envueltas en sus mantos. Portaban manojos de especies; y una de entre ellas tenía una vela prendida en su mano, la cual se esforzaba por ocultar debajo de su manto. Las vi dirigir sus pasos temblorosos hacia la pequeña puerta en la casa de Nicodemo.

LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR.

Contemplé el alma de nuestro Señor entre dos ángeles, quienes estaban con atuendo de guerreros: era brillante, luminosa, y resplandeciente como el sol al mediodía; penetró la roca, tocó el sagrado cuerpo, pasó a su interior, y los dos fueron instantáneamente unidos, y se hicieron uno. Vi entonces los miembros moverse, y todo el cuerpo de nuestro Señor, estando reunido a su alma y a su divinidad, se levantó y se desembarazó de la sábana enrollada: toda la cueva fue iluminada y era luminiscente.

Al mismo tiempo vi un espeluznante monstruo que prorrumpió desde la tierra debajo del sepulcro. Tenía la cola de una serpiente, y levantó su cabeza de dragón orgullosamente como deseoso de atacar a Jesús; y tenía, del mismo modo, si recuerdo bien, una cabeza humana. Pero nuestro Señor sostenía en su mano una vara blanca, a la que estaba adherida un gran estandarte; y colocó su pie sobre la cabeza del dragón, y golpeó su cola tres veces con su vara, después de lo cual el monstruo desapareció. Había tenido esta misma visión muchas veces antes de la Resurrección, y vi justo a tal monstruo, pareciendo esforzarse en esconderse, en el tiempo de la concepción de nuestro Señor: se asemejaba grandemente a la serpiente que tentó a nuestros primeros padres en el Paraíso, sólo que era más horrible. Pensé que esta visión hacía referencia a las proféticas palabras de “por la simiente de la mujer la cabeza de la serpiente sería aplastada”, y que todo estaba destinado a demostrar la victoria de nuestro Señor sobre la muerte, ya que al mismo tiempo que lo vi aplastar la cabeza del monstruo, la tumba también desapareció de mi vista.

Vi entonces el cuerpo glorificado de nuestro Señor levantarse, y pasó a través de la dura roca tan fácilmente como si esta última estuviera hecha de alguna sustancia dúctil. La tierra se sacudió, y un ángel en el atuendo de guerrero descendió desde el Cielo con la velocidad de la luz, entró a la tumba, levantó la piedra, la colocó sobre el lado derecho, y se sentó sobre ella. Ante esta terrible vista los soldados cayeron al suelo, y permanecieron allí aparentemente sin vida. Cuando Cassius vio la brillante luz que iluminaba la tumba, se acercó al lugar en donde el sagrado cuerpo había estado ubicado, miró y tocó las telas de lino en las que había sido envuelto, y abandonó el sepulcro, proponiéndose ir e informar a Pilatos sobre todo lo que había sucedido. Sin embargo, se detuvo poco tiempo para observar la progresión de los eventos; ya que aunque había sentido el terremoto, visto al ángel mover la piedra, y observado la tumba vacía, no había visto todavía a Jesús.

En el mismo momento en que el ángel entró en el sepulcro y la tierra se movió, vi a nuestro Señor aparecerse a su santa Madre en el Calvario. Su cuerpo era hermoso y luminiscente, y su belleza era la de un ser celestial. Estaba vestido con un gran manto, el cual en un momento parecía deslumbrantemente blanco, mientras flotaba en el aire, ondeando de aquí para allá con cada soplo de viento, y que al siguiente reflejaba miles de brillantes colores al pasar sobre este los rayos del sol. Sus grandes heridas abiertas relumbraban brillantemente, y podían ser vistas a gran distancia: las heridas en sus manos eran tan grandes que un dedo podría ser puesto dentro de ellas sin dificultad; y rayos de luz procedían de ellos, divergiendo en dirección de sus dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaban ante la Madre de nuestro Salvador, y Jesús le habló a ella respecto a su Resurrección, contándole muchas cosas, las cuales he olvidado. Le mostró a ella sus heridas; y María se postró para besar sus sagrados pies; pero él tomó su mano, la levantó, y desapareció.

Cuando estuve a cierta distancia del sepulcro vi luces recientes ardiendo allí, y también contemplé una gran área luminosa en el cielo inmediatamente sobre Jerusalén.

Fuente: ar.geocities.com/emmerich_lapasiondecristo
Fuente: enigmasymisterios.net

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