Toro Bravo

Vettel, el éxito del talento y el trabajo en el equipo con menor presupuesto

Es propiedad al 50 por ciento del ex piloto Berger y el propietario de Red Bull

"Somos pequeños, pero no nos damos por vencidos", dijo al bajar del podio Sebastian Vettel, todavía con restos de alguna lágrima en los ojos y con un mono empapado en champán de F-1 por vez primera en su historia. Tanto Gerhard Berger, jefe del equipo, como Michael Schumacher, uno de sus padrinos, están convencidos de que el alemán va para campeón.

El himno italiano sonó en Monza, como deseaban los 'tifosi'. Sólo que no fue por el motivo que esperaban. No ganó 'la Rossa', sino Toro Rosso. Fue el día en que los aficionados italianos, que sólo ven el 'rojo Ferrari', redescubrieron que tenían otro equipo en F-1, Toro Rosso, nacido como Minardi hace 23 años en Faenza donde aún tienen su sede.

"Es un milagro firmado por 160 personas", dijo Vettel refiriéndose al pequeño equipo, que quiere crecer, que está obligado a hacerlo porque dentro de dos temporadas ya no podrá utilizar el chasis del Red Bull, la casa madre. De momento, desde primeros de septiembre el staff técnico ha aumentado en un 50%, de 8 a 12 personas. Su presupuesto es el más bajo de la F-1 –70 millones de euros, de los que 15 son para pagar el motor Ferrari, aunque no paga el diseño del coche–, pero han superado a la casa matriz, Red Bull.


Los secretos que hay detrás de este triunfo son muchos. El chasis es Red Bull, firmado por Adrian Newey y Geoff Willis, posiblemente el tándem técnico más fuerte del Gran Circo de la F-1, y con dos galerías de viento a su disposición. El motor, el Ferrari V8, seguramente es el más potente de la F-1 actual. Y este cocktail 'importado' se sazona con la ilusión de las gentes que fueron en su mayor parte de Minardi y sobre todo con el ingeniero Giorgio Ascanelli, a quien Joan Villadelprat considera uno de los mejores ingenieros de desarrollo del paddock.

Gerhard Berger estaba ufano, como nunca. El ex piloto de F-1, que tiene la mitad de la propiedad del equipo –dicen que a cambio pagó a Dieter Mateschiz con parte de su empresa de transportes– estaba entre sonrisas y lágrimas. "¡Qué emoción volver a subir al podio tantos años después!. Debo dar las gracias a Bernie Ecclestone, que me aconsejó este equipo".

Otro hombre estaba emocionado, Dieter Mateschitz, el patrón de Red Bull. Éste quiso pasar de patrocinador (Sauber) a controlar su propio equipo. Peter Sauber no quiso vender y compró los despojos que habían sido de Jaguar primero y Minardi después. Dos equipos de saldo. Se dijo que Dieter quería estar ahí por el marketing, porque la F-1 sería el vector de comunicación de la compañía. Poco a poco ha ido construyendo su fortaleza: medios, los mejores ingenieros fichados a golpe de talonario y trabajo. El hombre que un día desafió a Coca Cola y Pepsi con su Red Bull ha lanzado ahora otro reto: demostrar que una escudería privada, un equipo comercial, puede plantar cara y derrotar a los gigantes de la automoción. Una gesta utópica, pero de momento David derrotó a Goliath por un día en el Autodromo de Monza