ArribaAbajoCampoamor
- I -
Todas las literaturas cuentan con genios innovadores, que señalan un cambio progresivo en las tendencias artísticas y en los ideales de su tiempo.- Truena Byron en Inglaterra contra las costumbres inveteradas de la ceremoniosa sociedad británica; rompe con las viejas tradiciones de la poesía cortesana; personifica en sí el alma entera de su siglo, y ora envuelto en la corriente de un escepticismo contagioso, exhala dolorido los amargos acentos de la duda y de la incredulidad, ambas desgarradoras, pero también invencibles; ora, henchido de un sentimiento nobilísimo, vibra en su lira el cántico de la libertad y recuerda a Grecia oprimida los hechos gloriosos de su inmortal historia y excita a sus hijos para que devuelvan su pasado esplendor y emancipen de extrañas tutelas a la inspirada madre de las artes.- Leopardi, en Italia, se aparta de las escuelas optimistas, encarna en sí la nueva dirección del pesimismo, lanza a los espacios los ayes que se escapan de su atormentado corazón, y al mismo tiempo lamenta en patéticos tonos y pinta en conmovedores cuadros las desgracias de su patria, como para sacudirla de su sueño de muerte y hacerla levantar, redimida y una, su arrogante y hermosa cabeza, que taladraban las espinas de su martirio y su servidumbre; espectáculo grandioso que hemos visto realizarse más tarde a nuestros propios ojos, testigos ayer de su infortunio y hoy de su resurrección-. En Alemania, lucha Goëthe por identificar la poesía con la realidad, abre nuevos horizontes a la inventiva y al genio germánico, y da comienzo a una nueva era de prosperidad y de grandeza para las letras de su país.- Francia, en fin, sacude el gusto versallés y entra en derroteros artísticos hasta entonces desconocidos, gracias a la fantasía soberana de Víctor Hugo, que olvida las instituciones caducas y se inspira en los vastos problemas sociales y en la epopeya gigantesca de nuestros adelantos maravillosos.
España no podía tampoco permanecer inmutable entre este universal renacimiento, y así como en el siglo XVI, Boscán primero y Garcilaso después introducen en la decadente poesía nacional las formas métricas de la escuela italiana y dan principio al mayor período de esplendor que por entonces alcanzara la lírica española, así también en los albores de nuestra centuria resuena potente la voz de Quintana, que maldice los torpes ídolos de un absolutismo degradante y entona himnos exaltados en loor de las modernas conquistas; y más adelante fulgura el estro de Espronceda, que marca otra dirección a nuestro inquieto pensamiento y expresa un nuevo aspecto del vacilante espíritu de nuestra época renovadora.
Después, no ha quedado estacionaria tampoco la poética castellana: más jóvenes y peregrinos ingenios diéronle gallardo impulso, consagrando su vida a esta empresa meritoria; y hoy, mientras escucha nuestro oído embelesado los acordes armoniosos de sus áureas arpas, tributamos a su inspiración nuestros aplausos y rendimos a su genio el homenaje de nuestro entusiasmo.
- II -
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ArribaAbajoCampoamor
- I -
Todas las literaturas cuentan con genios innovadores, que señalan un cambio progresivo en las tendencias artísticas y en los ideales de su tiempo.- Truena Byron en Inglaterra contra las costumbres inveteradas de la ceremoniosa sociedad británica; rompe con las viejas tradiciones de la poesía cortesana; personifica en sí el alma entera de su siglo, y ora envuelto en la corriente de un escepticismo contagioso, exhala dolorido los amargos acentos de la duda y de la incredulidad, ambas desgarradoras, pero también invencibles; ora, henchido de un sentimiento nobilísimo, vibra en su lira el cántico de la libertad y recuerda a Grecia oprimida los hechos gloriosos de su inmortal historia y excita a sus hijos para que devuelvan su pasado esplendor y emancipen de extrañas tutelas a la inspirada madre de las artes.- Leopardi, en Italia, se aparta de las escuelas optimistas, encarna en sí la nueva dirección del pesimismo, lanza a los espacios los ayes que se escapan de su atormentado corazón, y al mismo tiempo lamenta en patéticos tonos y pinta en conmovedores cuadros las desgracias de su patria, como para sacudirla de su sueño de muerte y hacerla levantar, redimida y una, su arrogante y hermosa cabeza, que taladraban las espinas de su martirio y su servidumbre; espectáculo grandioso que hemos visto realizarse más tarde a nuestros propios ojos, testigos ayer de su infortunio y hoy de su resurrección-. En Alemania, lucha Goëthe por identificar la poesía con la realidad, abre nuevos horizontes a la inventiva y al genio germánico, y da comienzo a una nueva era de prosperidad y de grandeza para las letras de su país.- Francia, en fin, sacude el gusto versallés y entra en derroteros artísticos hasta entonces desconocidos, gracias a la fantasía soberana de Víctor Hugo, que olvida las instituciones caducas y se inspira en los vastos problemas sociales y en la epopeya gigantesca de nuestros adelantos maravillosos.
España no podía tampoco permanecer inmutable entre este universal renacimiento, y así como en el siglo XVI, Boscán primero y Garcilaso después introducen en la decadente poesía nacional las formas métricas de la escuela italiana y dan principio al mayor período de esplendor que por entonces alcanzara la lírica española, así también en los albores de nuestra centuria resuena potente la voz de Quintana, que maldice los torpes ídolos de un absolutismo degradante y entona himnos exaltados en loor de las modernas conquistas; y más adelante fulgura el estro de Espronceda, que marca otra dirección a nuestro inquieto pensamiento y expresa un nuevo aspecto del vacilante espíritu de nuestra época renovadora.
Después, no ha quedado estacionaria tampoco la poética castellana: más jóvenes y peregrinos ingenios diéronle gallardo impulso, consagrando su vida a esta empresa meritoria; y hoy, mientras escucha nuestro oído embelesado los acordes armoniosos de sus áureas arpas, tributamos a su inspiración nuestros aplausos y rendimos a su genio el homenaje de nuestro entusiasmo.
- II -
Don Ramón de Campoamor es uno de los representantes más ilustres de esta pléyade de insignes poetas. En su juventud diose a conocer en el antiguo Liceo de Madrid con algunas delicadas composiciones, llenas de fantasía por una parte y de primores de rima por otra. Después las reunió en colección, y aparecieron sus «Ternezas y Flores» y sus «Ayes del alma». La imaginación meridional del autor se revela en ellas en toda su riqueza; lanza su inspirada lira sones cadenciosos de incomparable armonía, todos espontáneos, todos naturales, y las imágenes florecidas, y los conceptos elegantes y las galas más bellas, forman el conjunto admirable de estas obras afiligranadas. Unas son alegres y risueñas, escritas con todo el fuego del amor impetuoso de los primeros años; otras reflejan ya una nueva faz del alma del cantor, menos crédula que antes y más herida por los pesares.
De estos libros elegimos sus silvas «A la luz», para presentar a Campoamor como poeta descriptivo en sus ensayos juveniles.- En la tercera de ellas pinta el declinar de la tarde, y luego añade:
«Los árboles sus cúpulas frondosas
con verde pompa y majestad inclinan,
a impulso, de las auras sonorosas
que hacia el ocaso tras la luz caminan.
Si alza la noche sus atezado manto,
la luz, huyendo, sus horrores dobla;
si gime un ave en dolorido canto,
el eco gime, y su plañir redobla,
Quejas levanta al murmurar doliente
fugaz el aura en apacibles giros,
y al trasmontar la luz, son de la fuente
las aguas llanto, y el rumor suspiros.
¡Ay! no es así cuando a los frescos llanos
bajan al alba en celestial decoro
sílfides blancas, que con rubias manos
la aurora ciñen con guirnaldas de oro.
Plácida entonces sin rumor aspira
ligera el aura despertando olores,
y regalada del frescor, respira
amor la selva, y la pradera amores.
La niebla entonces, por el manso viento
se adorna de los rayos matutinos,
y entonces se oyen con sabroso acento,
en vez de quejas, amorosos trinos».
De las facultades del autor en el género festivo, que también ha cultivado, pueden dar idea las siguientes quintillas dedicadas «A una Beata de máscara», y que rebosan picaresca gracia:
«La del enlutado manto,
la de la toca de encaje,
la de mil hombres encanto,
¿cuánto va a que no es tan santo
tu pecho como el ropaje?
En vano ocultarnos trata
de tus ojos los destellos
el lienzo que te recata;
y por Dios que son, beata,
para ser santos, muy bellos.
Sobre tu nevado seno
pesa la cruz de un rosario,
y aunque humilde «nazareno»
muriera de gozo lleno
en tan hermoso calvario».
Campoamor compuso también una serie de «Fábulas», políticas, religiosas, morales y filosóficas, en las cuales, entre rasgos de ingenio, estampa máximas y consejos de provecho para la vida.
Hasta aquí, Campoamor era ya un poeta muy distinguido; pero aun podía acrecentar su fama con empeños más altos y obras de mayores vuelos; y en efecto, avanzando el tiempo inicia en sus aptitudes una nueva tendencia filosófica y un nuevo y superior progreso, y da a las prensas su poema en dieciséis cantos titulado «Colón»; otro en ocho jornadas que denomina «El drama universal»; y la colección inestimable de sus «Cantares», verdaderos poemas de ternura, intención y sentimiento.
El primero es notabilísimo, tanto en la versificación como en la idea; lo mismo cuando pregunta por los atrevidos navegantes que componían la expedición al Nuevo continente, y dice:
«-¿Que quiénes son?- Nadie su nombre ha oído.
-¿Que a dónde van?- ¡A donde nadie ha ido!»
y cuando expresa el pensamiento del protagonista con esta frase:
«- ¿Os espantáis? Yo en vuestro espanto abundo:
Marcha a borrar los límites del mundo;»
que en las, cantos «La Atlántida», «Las nubes» y todos los otros.
«El drama universal» merece también subidos encomios por su pensamiento y por su desarrollo: aquél es digno del ingenio que lo concibiera y así hacemos su mayor elogio; éste se halla de igual modo a la altura de las mejores obras del autor, y al decir de un distinguido publicista, abunda en detalles admirables.
En cuanto a sus «Cantares», los tiene bellísimos: Campoamor es uno de los poetas que con más éxito han cultivado este género, logrando presentarnos gran número de aquellos en los cuales aparece limpia de defectos la forma de las coplas populares, reuniendo a la vez un fondo profundo, que pocas veces se halla en las que son producto espontáneo de la musa desaliñada de los indoctos.
Citaremos sólo unos pocos, para no alargar en demasía este estudio, y en seguida entraremos de lleno en la parte principal y más importante del mismo.
De los siguientes, pertenecen los dos primeros a la sección de los epigramáticos, y el último a la de los filosófico-morales:
«Mira que ya el mundo advierte
que al mirarnos de pasada,
tú te pones colorada,
yo pálido cual la muerte.
Cuando pasas por mi lado
sin tenderme una mirada,
¿no te acuerdas de mí nada
o te acuerdas demasiado?
El tiempo a todos consuela;
sólo mi mal acibara,
pues si estoy triste se para,
y si soy dichoso, vuela».
- III -
Enumeradas ya algunas de las obras por las cuales disfruta Campoamor de justa nombradía, tócanos ahora tratar de aquellas de sus creaciones que constituyen los más brillantes timbres de su gloria. Tales son las «Doloras» y los «Pequeños poemas».
Con ellas, Campoamor ha operado una profunda revolución en el campo de nuestra lírica. Así como Becquer, por ejemplo, encontró en sus «Rimas» el modelo de la poesía del corazón, halló aquél en estas producciones la fórmula de la poesía filosófica; y poniendo al servicio del arte las investigaciones y las conquistas de la ciencia, y adornando a ésta con el hermoso ropaje de la forma artística, realizó a la par dos empresas grandiosas: dar a la poesía verdadera transcendencia, y presentar los descubrimientos modernos bajo el aspecto más agradable y simpático. Todos los problemas de la filosofía los convierte en temas para sus canciones, y los adorna con los primores de la versificación.
Esto ha hecho decir a la crítica que Campoamor es uno de los poetas castellanos que mejor pudieran sufrir una traducción en prosa a cualquier lengua extranjera. Ciertamente, la idea domina sobre todo en sus obras, y las hace más substanciosas y nutridas de pensamiento que las de otros ingenios, dados a la armonía del ritmo más que a la intención e importancia del argumento. Campoamor, por el contrario, procura hermanar ambas cualidades; y porque lo consigue es proclamado poeta insigne.
En cuanto a la originalidad de Campoamor, está ya fuera de duda. Las polémicas suscitadas con este motivo hace algún tiempo, concluyeron dilucidándola claramente, y hoy no es puesta por nadie en tela de juicio. Las «Doloras», tal como él las ha concebido y realizado, forman un género nuevo, que habrá de prevalecer en lo sucesivo. Podrá encontrarse en las obras de ciertos escritores antiguos, alguna que otra poesía a ellas comparable; existirá entre ambas semejanza, y quizá parezcan informadas por la misma tendencia; mas estas inspiraciones sueltas de autores diversos, nunca llegaron a sujetarse a un plan determinado, y la gloria de haber reducido a «sistema» estos elementos dispersos, y de haber constituido con ellos una escuela, corresponde toda entera a Campoamor. Los «Pequeños poemas» se encuentran también en igual caso: lo mismo Heine que Musset, lo mismo Byron que Hugo, cultivaron en sus países este género y le hicieron adquirir gran importancia; pero en nuestra patria, Campoamor es el que los funda, el que los crea, el que les da vida; y además, logra que los suyos a ningunos otros se parezcan y que sean completamente propios y originales.
Ahora podremos preguntar qué es la «Dolora», y lo primero que saltará a nuestra vista, será el neologismo de la palabra. Campoamor la inventó para designar esta clase de poesías a él debidas, y al frente de la primera edición expuso las razones en que hubo de fundarse para ello. Definiéndola, el autor dice que la «Dolora» es «una composición poética en la cual se debe hallar unida la ligereza con el sentimiento y la concisión con la importancia filosófica». Otros escritores han tratado de explicarla también: Ruiz Aguilera opina que es «una composición poética en la cual debe hallarse «constantemente» unida a un sentimiento melancólico, más o menos acerbo, cierta importancia filosófica»; Laverde Ruiz la considera «una composición didáctico-simbólica en verso, en la que armonizan el corte ligero y gracioso del epigrama y el melancólico sentimiento de la endecha, la exposición rápida y concisa de la balada y la intención moral o filosófica del apólogo o de la parábola»; para Revilla, en fin, es «una composición poética, de forma épica o dramática, y de fondo lírico, que, en tono a la vez ligero y melancólico, expresa un pensamiento transcendental». Como se ve, todas estas definiciones convienen en el fondo.
Los temas que Campoamor desenvuelve en sus «Doloras», con ser tan varios, se distinguen casi siempre por su tendencia pesimista, la cual establece una línea divisoria entre sus inspiraciones de los primeros años y sus obras de la edad madura, joviales y placenteras aquéllas, impregnadas éstas de cierto desencanto y cierta tristeza, que retratan el estado de su alma y a la par reflejan el de su época. Uno de sus biógrafos ha escrito que Campoamor va dejando cada día que pasa un girón de sus creencias, que expone en sus «Doloras»; y según la opinión de otro crítico célebre, su escepticismo es aún «más amargo, más desconsolador y más peligroso, que el de Espronceda, por lo mismo que es más sereno y razonado. El de éste revela una época en que la duda era un tormento para el espíritu; el de Campoamor anuncia un estado social en que ya nos hemos connaturalizado con la duda. Aquél arranca del corazón, y es hijo de los desengaños; éste nace de la cabeza, y es fruto de serena y fría reflexión. El primero denuncia una existencia atormentada y dolorosa; el segundo la vida tranquila de un espíritu a quien no molesta gran cosa la falta de creencias. Campoamor no se limita a renegar de los hombres, sino que su duda alcanza a las ideas; no se circunscribe a negar el amor, la poesía y la amistad por virtud de añejos desengaños, sino que lo niega todo, inclusa la realidad del conocimiento. Y lo niega con imperturbable calma, con serenidad pasmosa, a veces nublada por ligero tinte de tristeza.»
No hay más que leer las «Doloras» de Campoamor, para convencerse de la exactitud de estos asertos; en ellas dice «que son humo las glorias, de la vida»; que «vivir es olvidar»; que «todo es sombra, ceniza y viento»; que «tarde o temprano es infalible el mal»; que»el bienestar del hombre es la muerte»; que «todo se pierde»; que «al hombre sólo le afectan el calor y el frío»; que «no hay honor ni virtud más que en la lengua»; que «el placer es la fuente del hastío»; que «el variar de destino sólo es variar de dolor»; y en fin,
«Que en este mundo traidor
nada es verdad ni mentira.
Todo es según el color
del cristal con que se mira».
Véase, como cuadro completo, la «Dolora» titulada «Amor y gloria», que elegimos por su corta extensión:
«¡Sobre arena y sobre viento
lo ha fundado el cielo todo!
lo mismo el mundo del lodo,
que el mundo del sentimiento.
De amor y gloria el cimiento
sólo aire y arena son.
¡Torres con que la ilusión
mundo y corazones llena,
las del mundo sois arena
y aire las del corazón!»
No ha mucho que se ha publicado la 15ª edición de las «Doloras», y este número elevado, tan poco frecuente en nuestro país, prueba de cumplido modo la gran acogida dispensada por el público al vate esclarecido de quien tratamos. En esta colección reciente aparecen treinta «Doloras» nuevas, las cuales son gallardo testimonio de que su autor no envejece nunca: la fantasía de Campoamor es eternamente joven, eternamente lozana y vigorosa; los armoniosos acentos de su lira suenan cada día con más cadencia, y bien puede asegurarse que el tiempo, en vez de marchitar, pule y abrillanta las ricas galas de su fecunda imaginación.
Por su brevedad citaremos dos de estas nuevas y preciosas «Doloras»:
Rosas y fresas
Porque lleno de amor te mandé un día
una rosa entre fresas, Juana mía,
tu boca, con que a todos embelesas,
besó la rosa sin comer las fresas.
* * *
Al mes de tu pasión, una mañana
te envié otra rosa entre las fresas, Juana;
mas tu boca, con ansia, y no amorosa,
comió las fresas sin besar la rosa.
Según se ve, aún de los asuntos más sencillos sabe sacar Campoamor el partido posible, y es siempre en ellos el mismo ingenio intencionado.
La otra «Dolora» es todavía más corta, pero no por eso menos substanciosa. Consta de dos solos versos, a saber:
Amor al mal
«Por más que me avergüenza y que lo lloro,
no te amé buena, y pérfida te adoro».
Pero no resistimos a la idea de transcribir la titulada «Contrastes», aunque sean mayores sus proporciones. Recordamos haberla leído tiempo atrás y que nos produjo singular encanto. Ahora no la tenemos a la vista; pero tal como en nuestra memoria se conserva, hela aquí:
«Mucho le amaste y te amó;
¿recuerdas por quién lo digo?
Era tu amante y mi amigo,
amaba, sufrió y murió.
Cuando su entierro pasó
todos te oyeron gemir;
mas yo, Inés, al presentir
que le habías de olvidar,
sentí, viéndote llorar,
la tentación de reír.
Al año justo ¡oh traición!
al baile fui de tu boda,
y allí, cual la villa toda,
vi el gozo en tu corazón.
¿Y el muerto?- ¡En el panteón!
¡Ay! cuando olvidada de él
a otro jurabas ser fiel,
yo al verte reír, gemí,
y dos, lágrimas vertí
amargas como la hiel.
Primero amor, luego olvido:
aquí tienes explicado por qué
en el baile he llorado,
y en el entierro he reído;
siempre este contraste ha sido
ley del sentir y el pensar;
por eso no hay que extrañar
que quien lee en lo porvenir,
vaya a un entierro a reír
y acuda a un baile a llorar».
Algunas veces Campoamor ha hecho vibrar también en su lira la cuerda del sentimiento, y entre sus mismas «Doloras» -prescindiendo de los «Poemas», que en seguida juzgaremos-, las hay muy bellas y delicadas, como la que se denomina «¡Quién supiera escribir!» Tan magistral y admirable nos parece, que creeríamos no proceder justamente si dejásemos de trasladarla íntegra:
- Escribidme una carta, señor cura.
- Ya sé para quién es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche obscura
nos visteis juntos?- Pues.
- Perdonad; mas...- No extraño ese tropiezo.
La noche... la ocasión...
Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo.
«Mi querido Ramón:»
- ¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis, puesto...
- ¿Si no queréis?...¡Sí, sí!
- ¡Qué triste estoy! ¿No es eso?- Por supuesto.
- ¡Qué triste estoy sin ti!
«- Una congoja al empezar me viene...»
- ¿Cómo sabéis mi mal?
- Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
«- ¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
»¿Y contigo? Un edén.»
- Haced la letra clara, señor cura,
que lo entienda eso bien.
«- El beso aquel que de marchar a punto
»te dí...»-¿Cómo sabéis?...
- Cuando se va y se viene y se está junto,
siempre... no os afrentéis.
«Y si volver te afecto no procura
»tanto me harás sufrir...»
- ¿Sufrir y nada más? No, señor cura:
¡que me voy a morir!
- ¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?
- Pues, sí señor, ¡morir!
- Yo no pongo «morir.»- ¡Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
Señor rector, señor rector, en vano
me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
todo el ser de mi ser.
Escribidle por Dios, que el alma mía
ya en mí no quiere estar;
que la pena no me ahoga cada día...
porque puedo llorar.
Que mis labios, las rosas de su aliento,
no se saben abrir;
que olvidad de la risa el movimiento
a fuerza de sentir.
Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,
cargados con mi afán,
como no tienen quien se mire en ellos
cerrados siempre están.
Que es, de cuantos tormentos he sufrido,
la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
el eco de su voz...
Que siendo por su causa, el alma mía
¡goza tanto en sufrir!...
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
si supiera escribir!...
Después de esto, parécenos ya hora de hablar de los «Pequeños poemas», en número aparte y con el debido detenimiento.