Leemos en los textos bíblicos cómo el profeta Ezequiel nos narra su encuentro con un vehículo volante, que se le acercó tanto -junto al río Quebar, en la inmediaciones de Babilonia- que incluso vio a uno de sus tripulantes, el cual le habló a él personalmente.
Esta visión que Ezequiel tuvo, y que está descrita con lujo de detalles en los textos bíblicos, fue detenidamente analizada por el ingeniero de la agencia espacial norteamericana -la NASA- Josef Blumrich, quién concluyó que lo que vio el profeta fue efectivamente y sin ningún género de dudas una nave volante. Tanto es así, que dicho ingeniero -director de la Oficina de Construcción de Proyectos de la NASA-, rediseñó el aparato descrito por Ezequiel y patentó algunos de sus elementos.
También en la Biblia, la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra refleja con precisión los efectos de una explosión atómica, anunciada a Lot por dos emisarios que bajan de las alturas y comen alimentos en casa de su anfitrión.
Finalmente, en muchos pasajes de los textos bíblicos -comenzando por el libro del Exodo- se describen con detalle nubes inteligentemente guiadas. En el caso del libro citado, una de estas nubes -luminosa de noche y en forma de columna de humo de día- guía al pueblo de Israel en su huída de Egipto. Esta nube indica el camino a seguir, proporciona alimento, e incluso desciende hasta el suelo para que sus tripulantes (en este caso el mismo Yahveh) pueda dar órdenes verbales al caudillo de los hijos de Israel, Moisés.
El Ovni De Belén
La estrella de Belén, cuya aparición está tan íntimamente ligada al fenómeno Jesús, es -como se puede repasar en los Evangelios- una «estrella» que se mueve y que, además, tiene la facultad de detenerse. No es extraño que una estrella esté aparentemente «parada» en el firmamento, como parece que lo están todas las que vemos normalmente, ni tampoco que una estrella se mueva, como es el caso de las estrellas fugaces o de los cometas. Lo que sí se sale realmente de lo usual es que haga ambas cosas: moverse y pararse. Y que, además, demuestre ser inteligente: «Salieron, y la estrella que habían visto en Oriente» -podemos leer en los Evangelios- «iba delante de ellos hasta que se detuvo encima de donde se hallaba el niño.»
Se le ha querido dar una explicación astronómica a este fenómeno de la llamada estrella de Belén, aduciendo que se habría tratado de la conjunción -tercera conjunción por aquellas fechas- de los planetas Júpiter y Saturno. En dicha conjunción los citados planetas se juntaron ópticamente en dirección Sur de tal manera que los magos de Oriente, en la ruta que seguían de Jerusalén a Belén, siempre tenían a estos dos planetas que formaban una sola estrella, delante de ellos. La estrella iba efectivamente, como dicen los Evangelios, precediéndoles.
Hasta aquí, todo correcto. Pero si hubieran caminado siempre en la dirección que les indicaba esta conjunción de Júpiter y Saturno -y dado que se trataba de un fenómeno extraatmosférico que por lo tanto, por mucho que avanzasen los magos, siempre habría estado situado por delante de ellos- a donde habrían llegado es a las aguas litorales del mar Rojo.
Pero no: se detienen a 7 km escasos de Jerusalén. ¿Por qué? Porque no iban en pos de la conjunción Júpiter-Saturno, sino de un objeto brillante que finalmente se detuvo a baja altura encima del lugar encima del lugar en el que se hallaba el niño: Jesús. Un objeto volador que se movía inteligentemente dentro de nuestra atmósfera.