Valoración: 7,5
Fiat Freemont: genética bien aplicada
a que ha sido planteado para reemplazar de una tacada a tres modelos Croma, Multipla y Ulysse, sobre las espaldas del Freemont recae la responsabilidad de ser el único coche familiar de Fiat. Y, en este sentido, no las tiene estrechas.
De hecho, la poderosa imagen y el gran tamaño (mide casi 4,90 metros de largo) son los trazos que conserva del Dodge Journey, sobre el que ha sido desarrollado de acuerdo a la nueva estrategia de Fiat-Chrysler. Luego, sobre esa base, el fabricante italiano le ha hecho un lifting casi integral a este monovolumen para adaptarlo a los gustos europeos.
Sí, monovolumen, pues aunque aparente ser también un SUV, ni tiene una buena altura libre al suelo, ni dispositivos de ayuda hasta que en otoño aparezca una variante con tracción total.
Hecha la precisión, es de alabar la importante mejora experimentada por el interior. Adiós a la tosquedad que pasan por alto al otro lado del charco para encontrarnos, mayoritariamente, con materiales muy agradables al tacto y a la vista. El conductor va sentado alto y con todo a mano, aunque los grafismos de la computadora son demasiado pequeños.
El Freemont se ofrece siempre con siete plazas en un habitáculo bien resuelto y de acceso razonable, aún sin puertas correderas. Gestionar las hasta 32 configuraciones posibles es fácil, aunque los mandos se antojan duros y la sillería pesada. La colocación de cada bancada un poco más alta es una buena idea y los asientos infantiles integrados, otra mejor.
Las pocas sombras vienen derivadas del origen y veteranía del Journey. Por ejemplo, la plaza central es muy incómoda y en las dos últimas, buenas por lo demás, apenas hay sitio para los pies si las intermedias (desplazables longitudinalmente y reclinables) van muy retrasadas. Esta segunda fila no es de asientos independientes, sino una banqueta fraccionada en partes asimétricas.
La capacidad del maletero es mínima con siete ocupantes, razonable con cinco y enorme con dos. O uno, pues el respaldo del asiento del ocupante se puede abatir. Los huecos para objetos, muchos ocultos, casi sobran pero no se entiende que no haya una bandeja que cubra el equipaje.
El conjunto se cierra con un precio bastante tentador para un monovolumen de este tamaño que incluye de serie llantas de 17 pulgadas, un completo equipo multimedia, climatizador trizona, acceso y arranque sin llave, asiento eléctrico para el conductor... Elementos que conviven con vacíos como la imposibilidad de montar limpias automáticos o xenón.
En MarchaLa opción mecánica lógica es la diésel y dentro de ésta, la versión de 170 caballos (hay otra de 140). A años luz del rudo motor de gasóleo del antiguo Journey, apenas muestra vibraciones, está muy bien insonorizado y resulta contundente desde antes de las 1.800 vueltas.
Además, el extra de caballos de esta variante es garantía segura para mover con brillantez un coche que podrá ir muy cargado y que ya es pesado de salida.
Más que en el gasto de combustible aceptable aunque podría mejorar con un simple Start&Stop, el peso se hace palpable a la hora de frenar y en las inercias, pero las suspensiones del Freemont sujetan bastante bien la carrocería sin pecar de duras. La dirección gusta más a medida que pasan los kilómetros.