Acerca del sesgo anglosajón en algunas áreas de la Historia de la Ciencia
La Dra. María Cruz Berrocal, investigadora del CSIC, está involucrada desde hace un tiempo en la búsqueda de la presencia hispánica en el Pacífico. Concretamente, el equipo que codirige Berrocal, al trabajar sobre el tema en Taiwán (isla de Heping), parece estar a punto de acercarse a un objetivo muy anhelado: la ubicación exacta de un fuerte y un convento españoles establecidos en la isla hacia el año 1626. Agrega la Dra. Berrocal: “Como todos los primeros encuentros entre poblaciones nativas y europea, se asocian a una serie de impactos que hasta ahora no se han tenido en cuenta debido a la primacía de las investigaciones de corte anglosajón”.
De acuerdo con el diccionario de la RAE, la voz “primacía” significa exactamente superioridad, ventaja o excelencia que algo tiene con respecto a otra cosa. Luego, al parecer, debe aceptarse que las investigaciones de corte anglosajón, al menos en el campo arqueológico del Pacífico durante el s XVII, son superiores, tienen ventajas, o poseen más excelencia que sus homólogas españolas.
Carezco de la autoridad que sobre su tema posee fuera de toda duda la Dra. Berrocal. Quizás, luego, sea cierto lo que afirma, en el marco restringido de su área específica y contemporánea. Pero aquí tomo mis recaudos que ahora trataré de fundamentar con ejemplos concretos. Por suerte, la misma nota agrega algunos comentarios, muy breves, sobre los viajes españoles a través del Pacífico, que con toda claridad antecedieron por varios siglos a los de origen anglosajón.
De hecho, dado que deben saberlo casi todos los niños del mundo (o sus padres), podría parecer casi superfluo recordar la extraordinaria epopeya protagonizada por Hernando de Magallanes, portugués al servicio de la corona española, y por el marino vasco Sebastián Elcano. Ambos zarparon el 10 de agosto de 1519 del puerto atlántico de Sanlúcar de Barrameda, con cinco naves. Sus nombres resuenan hasta hoy: Trinidad, San Antonio, Victoria, Santiago y Concepción. Después de innumerables vicisitudes, la empresa, por muerte de Magallanes, quedó al mando del capitán Elcano. Los supervivientes dieron la vuelta al mundo por primera vez, llegando una sola nave, la Victoria, rebosante de especias y de 18 famélicos marineros al puerto de inicio, el 6 de septiembre de 1522.
Para dejar bien establecido el origen hispánico de esta casi inefable epopeya, el Emperador Carlos mandó acuñar una gruesa medalla de oro, con su correspondiente cadena, destinada al adorno del cuello del recién ascendido Almirante Elcano. La misma incluía una frase, en un latín muy simple, adaptado a la comprensión de los eruditos de la Royal Society
rimus circundedisti me. Obsérvese que la voz “primus”, tal como lo señala el ilustre y extinto filólogo catalán Joan Corominas, posee una indudable base semántica y etimológica que la conecta con la voz “primacía”.
Entre las islas del Pacífico tocadas por la expedición de Magallanes-Elcano, pueden citarse las Filipinas, Molucas, Mactán, Timor y Marianas. No solamente estos hombres habrán dejado allí restos de sus construcciones civiles y militares, sino también su genética, en las relaciones mantenidas con las nativas de la región. Esta herencia, sin duda se multiplicó con los sucesores hispánicos de Elcano, que fueron muchos, y cuyo detalle ampliaría excesivamente esta breve nota.
Es decir, resulta ya tradicional la costumbre anglosajona de apropiarse de muchas entidades que no les pertenecen, todo esto sin salir del área científica y tecnológica, propia de esta revista electrónica. Este modus operandi no genera primacía, y no tiene nada que ver con la neutralidad y objetividad de la noble tarea científica.
Para terminar:
Un papelón extraordinario lo constituyó la invención del teléfono, instrumento que durante todo el siglo XX, fue atribuido al físico norteamericano de origen escocés Alexander Graham Bell. Pero que en realidad corresponde reconocerle al ingeniero italiano Antonio Meucci, tal como se desprende de un hidalgo e histórico fallo de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos del año 2004. Lo mismo sucede con el avión de los hermanos Wright (17 de diciembre de 1903), que no lo fue, sino un planeador con motor lanzado por una catapulta, casi sin testigos. Por el contario, se estima en más de 300 000 los testigos parisinos que vieron elevarse y aterrizar por sus propios medios, al verdadero primer avión de la Historia, diseñado por el ingeniero brasileño Alberto Santos Dumont (23 de octubre de 1906).
Los ejemplos de apropiaciones científicas y tecnológicas indebidas son muchísimos, pero resulta obligatorio terminar la nota aquí.
Acerca del autor de este artículo: Ricardo Miró (nacido en Buenos Aires, Argentina, en 1948) es Licenciado en Ciencias Matemáticas por la Universidad de Buenos Aires, y fue alumno del matemático catalán Luis Antonio Santaló y del matemático argentino Alberto Calderón. Trabaja en su país en el ámbito de la Comisión Nacional de Gestión Judicial, dependiente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Ha estudiado en tal lugar varios problemas de congestión administrativa, y ha planteado modelos matemáticos para resolverlos, utilizando los recursos de la teoría de colas y de la teoría de juegos. Tiene publicados alrededor de 50 trabajos específicos sobre estos temas, algunos de los cuales han aparecido en los Anales de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. También ha publicado varios libros de divulgación de las matemáticas, incluyendo como tema la teoría de la probabilidad. Disertó en la Academia Nacional de Ciencias de la República Checa, en Praga, en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y en el Instituto Balseiro de Bariloche.