VELOSOLEX
Si las bicicletas no eran para el verano, por aquello de que pedalear a pleno sol del día no es muy saludable, era porque
no teníamos el Velosolex o, concretamente, porque lo habíamos olvidado.
Este curioso híbrido de ciclomotor y bicicleta no es ninguna innovación de un excéntrico ingeniero, preocupado por las posibles
lipotimias que puedan padecer los aficionados a la bici. De hecho, la historia de los Solex se remonta al año 1941, cuando
se empezó a producir en Francia. En 1981 la saturación del mercado acabó con la marca Velosolex, pero ahora, un fabricante
húngaro ha decidido probar suerte de nuevo con este viejo cacharro.
Desde octubre del año pasado se han vendido en nuestro país 1.800 unidades de este modelo, especialmente en zonas residenciales
como Marbella. Esta cifra, que ha colmado las aspiraciones de sus fabricantes, dista mucho de las ventas que alcanzó antaño.
Entre 1941 y 1981 se logró la nada desdeñable cifra de cinco millones de ejemplares vendidos.
El producto como tal no ha tenido grandes modificaciones desde hace 50 años, aunque se ha adaptado a los tiempos mejorando
algunas de sus prestaciones.
Uno de sus rasgos característicos no ha cambiado, todavía se puede utilizar como bicicleta, gracias a sus escasos 29 kilos.
Pero aunque no sean muchos, seguro que más de uno agradece el pequeño motor que tiene en la parte delantera. Sólo son 49 centímetros
cúbicos, pero gracias a ellos y a un escaso caballo de potencia, se puede alcanzar una velocidad de 35 kilómetros por hora.
Ahorro.
El consumo es, lógicamente, muy reducido, con 1,4 litros de gasolina súper por cada 100 kilómetros (justo la capacidad de
su depósito). Para conducirlo hace falta lo mismo que con su hermano mayor, el ciclomotor, el permiso correspondiente, un
seguro y, nadie se olvide, el casco.
No es, como vemos, un producto para los amantes de la velocidad. Según el consejero delegado de la empresa en España, Gerardo
Pérez Blanco, los compradores habituales de estos vehículos son varones de 30 años que recuerdan versiones anteriores del
Solex. Esto es, una pieza de coleccionista aficionado, en busca de la tranquilidad y la comodidad de los paseos en velomotor.
Pero la idea de tranquilidad no siempre ha acompañado a estos modelos. No en vano, la primera vez que a una bicicleta se le
añadió un motor en su parte delantera fue en 1895 y, entonces, era toda una vertiginosa novedad. El producto no se popularizó
hasta después de la Primera Guerra Mundial, que dejó a Francia sumida en la pobreza.
Ingenio.
Cuando no se tiene dinero para llantas, combustible o metal el ingenio se agudiza y sorprende con ideas brillantes como los
velomotores. Pero la saga de los Solex no se inició hasta que los franceses Maurice Goudard y Marcel Menneson se percataron
del negocio que tenían ante ellos.
El primer prototipo se creó en 1941, y ocho años después ya había 250 estaciones de servicio por todo Francia especializadas
en estos vehículos tan poco dados a pasar por el taller. Las versiones se sucedieron, el 1.100, el 1.700 o el 3.300 siempre
mantuvieron la misma filosofía de diseño. Además, había fábricas de Solex en Turín, Berlín, Londres o Yokohama.
En la actualidad, la única planta de montaje que existe en el mundo se localiza en Hungría, donde 50 operarios fabrican con
métodos casi artesanales los nuevos productos. Nada tienen que ver con la creación industrial a gran escala de los ciclomotores
o los scooter, aquéllos vehículos que acapararon el mercado juvenil y que obligaron al cierre de las fábricas de Velosolex
en 1981.
Ahora, se quiere llamar la atención de un nuevo tipo de consumidor con los nuevos velomotores Solex. Hasta el momento, Francia
y España son los países en los que ha tenido un mayor calado la reaparición del producto, aunque sus fabricantes están intentando
abrirse mercado en otros países europeos, e incluso planean su desembarco en Miami y Cuba.