Plácida noche de otoñoEl fútbol del Real Madrid se puede llegar a controlar, no crean que no. Se necesita rigor defensivo, aplicación, fiereza y algo de suerte. Lo que es incontrolable es su fuerza. La superioridad física es el primer argumento de un equipo superdotado técnicamente. En eso consiste el sadismo de Mourinho: ha transformado el cuerpo de un poeta en el cuerpo de un guerrero. Ha creado una especie de Cyrano con la nariz respingona, espadachín letal y rapsoda brillante. Ahí radica el drama para sus rivales. Si amordazas el talento te aplasta el músculo y si sometes los bíceps te contesta el genio.
El resultado es que el fútbol del Real Madrid se puede llegar a controlar, sí, pero no más de 45 minutos, 50 a lo sumo. El Lyon, más modesto, apenas superó el cuarto de hora. Lo suyo fue una magnífica representación del desconcierto. Planteó el partido para no recibir goles, encerradito, conocedor de los problemas del Madrid para atacar a quien levanta esos muros.
Diremos que sin jugar controló el juego; de algún modo lo hizo. Entregó el balón, lanzó a Gomis al espacio exterior como si fuera la perrita Laika y, al rato, cumplidos sus deberes, se encontró ante un enemigo inesperado: el reloj. Porque el tiempo, por si alguien no lo advirtió, juega en favor del Madrid. Esa es la pega de los antídotos contra su juego, que no se sostienen.
Para incidir en la perplejidad del rival, el Madrid marcó el primer gol sin necesidad de combinar. Özil sacó un córner, Cristiano peinó sin despeinarse y Benzema remachó en el segundo palo. Si estaba ensayado harían bien en no decirlo y si fue casualidad, también.
El Lyon se quedó atónito y sin plan. De haberse jugado en campo de tierra y sin público, una de tantas pachangas, se hubieran marchado alegando una cena familiar. El equipo, sin fe y sin esperanza, sólo se estiró para comprobar el efecto de la gravedad sobre Gomis. Lo único conmovedor es que el delantero seguía pensando que podía pisar la luna. Como Laika.
De vuelta del descanso, Khedira anotó el segundo gol. Khedira, repitan conmigo. Apareció por el lugar donde siempre le esperamos hasta que ya dejamos de esperar. Por los territorios del centrocampista llegador, por donde circulan los tanques alemanes. Habrá que reconocer también que, más que una asistencia, Benzema le tiró un beso. Dos a cero y empate técnico en el debate sobre los delanteros.
El Madrid seguía sin tejer las jugadas, seguramente porque tiene máquina de coser. Xabi Alonso cambiaba el juego para abanicar al equipo y Marcelo surgía, nuevamente, como el último elemento desequilibrador. Para qué más.
Lloris. Özil hizo el tercero en colaboración con el portero y Lloris nos recordó que él era el otro abandonado del equipo, encargado, como el teniente Dunbar, de defender una frontera invisible frente a los sioux de carne y pluma. Ramos le fusiló en el cuarto y el portero tuvo la elegancia de tirarse hermosamente.
No hubo más tantos, aunque Cristiano y Kaká se quedaron con las ganas. Lo del primero no extraña, pero sí lo del brasileño, tan ansioso que nos pareció enfadado. Sólo eso faltaba, que este poeta también se hiciera guerrero.